sábado, 10 de marzo de 2018

Miniantología poética de Alfonso Camín (VII)

(Compilación de José Luis Campal, exclusiva para el blog Las mil caras de mi ciudad)

ALFONSO CAMÍN

El duodécimo volumen de versos del poeta de La Peñuca 
ALFONSO CAMÍN MEANA (1890-1982) que vio la 
luz fue Carey, impreso en 1931 por los Talleres 
Poligráficos S. A., emplazados en el número 72 de
la madrileña calle Ferraz, y que se presentó como
editado por la Revista Norte, fundada y dirigida
por el escritor gijonés. A lo largo de 204 páginas,
recogía 29 composiciones poéticas, y tampoco, como
sucediera con otras producciones suyas precedentes, 
contenía el libro proemios o cartas de presentación 
ajenas, ni reunía, en las páginas finales, fragmentos
laudatorios referidos al poeta o a obras suyas anteriores.
Llevaba, sí, una dedicatoria a tres personas en la 
página [7] y, en la página [4], una relación de
títulos del autor publicados, inéditos y en preparación.
La cubierta estaba ocupada por el dibujo de un 
semidesnudo de inspiración afrocubana original de 
Rafael de Penagos, y en la portada se indicaba que 
era el tomo primero de las “Obras Completas de 
Alfonso Camín”.
De esta 12.ª entrega poética del vate gijonés reproduzco 
seguidamente un poema de 91 versos, internacionalmente
popularizado por la versión musical que de fragmentos
del mismo realizara Chavela Vargas, no sin que la
acompañase la polémica en las atribuciones de autoría 
intelectual, desde hace tiempo perfectamente despejadas. 
La pieza “Macorina”, que Camín volvería a incluir, 
aunque con mínimas variantes, en la edición de 1945 
de México de Carey y nuevos poemas, es un completo
retrato de la sensualidad erótica (acentuada por la 
elección de un vocabulario exuberante y tropical) que
exhalaba una hermosa joven habanera llamada 
María Constancia Caraza Valdés, apodada “la Macorina”
y también “la Aviadora”, y que, según cuentan sus 
biógrafos, fue pionera en la obtención de un carné
de conducir automóviles e hizo del ejercicio selectivo de la
prostitución de alto standing una más que provechosa
fuente de ingresos –parte de los cuales destinó 
generosamente al sostenimiento de hospicios infantiles
y otras obras sociales, lo cual escandalizó a las ociosas 
burguesas de la capital cubana que practicaban de modo
testimonial la caridad– para terminar sus días, como 
era de prever, recurriendo al socorro ajeno y viviendo 
de alquiler en humildes cuartos, dado que, cuando 
finalizaron sus días de gloria despampanante y los
reveses económicos hicieron acto de presencia, hubo
de desprenderse de todas sus posesiones para sobrevivir. 
Entre los amantes y personajes de las altas esferas que la 
protegieron estaba el que fuera segundo presidente de la 
República, José Miguel González, llamado “Tiburón”; 
Camín incluye una imagen nocturna en “Macorina” 
donde surge un escualo, lo cual pudiera tener su miga.
Con respecto a la primigenia versión de 1931 del poema,
en la de 1945 se observan 3 alteraciones anecdóticas que
pueden haber sido producto del desliz o el descuido linotipista, 
y que ni añaden ni restan importancia al texto de la primera
edición. Son las siguientes: 1/ en el verso n.º 13 figura 
“canebá” (1931) en lugar de “canevá” (1945), galicismo
que significa “cañamazo”; 2/ en la edición de 1931 
no aparecen los versos 47, 48 y 49 de la edición 
de 1945, y que corresponden al famoso estribillo que
marca el ritmo de todo el poema (pasaje que alude, 
al parecer, al poder curativo que se aseguraba asistía
a Macorina cuando imponía sus manos con fines sanadores); 
3/ el verso “Vaho de caña y maní” (1945) se reducía en la
edición de 1931 a “Vaho de caña maní”.
CUBIERTA DE CAREY

Este es el poema en su versión última:

Veinte años y entre palmeras.
Los cuerpos, como banderas.
Noche. Guateque. Danzón.
La orquesta marcaba un son
de selva ardiente y caprina.
El cielo, un gran frenesí:
“Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina.”
Alumbran el barracón
grandes faroles de China.

Finas plantas de criolla
que bordan el canevá
de aquel danzón, que se enrolla
como en la palma el majá;
y alguien que dice que “arrolla”
tu cuerpo, ritmo y pasión!
Como guitarra en tensión
tú ibas temblando, temblando;
yo iba pulsando, pulsando
un bordón y otro bordón.
¡Aún hoy no sé dónde queda
la piel y empieza el linón!
¡Para mí todo era seda
caliente en aquel danzón!
Un pañuelo carmesí
que voló del corazón
de algún negro lucumí,
y entre bagazo y pasión
se quedó temblando allí.
“Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina.”
Aire entre esencia calina.
¡La Luna es un tiburón
que va tragando anilina!
Estaba el cielo de Oriente
caldeado como tu frente.
Tus pies dejaban la estera
y se escapaba tu saya
buscando la guadarraya;
que, al ver tu talle tan fino,
las cañas azucareras
se echaban sobre el camino
para que tú las molieras,
como si fueras molino.
“Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina.”
¡Tu pelo, jíbaro y fiero,
una manigua cubana
para mi amor guerrillero!
Tu acento, suave y dulzón,
sinsonte que en la mañana
todo su canto desgrana.
Cocuyos hechos canción,
tus ojos de calentura;
tu sangre, notas de un son;
tu boca, una bendición
de guanábana madura;
tus senos, carne de anón,
¡y era tu fina cintura
la misma de aquel danzón!
Vaho de caña y maní:
“Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina.”
Olor a verde limón,
a naranja mandarina.
Dulces, aguardiente y ron.
Después, el amanecer
que de mis brazos te lleva,
¡y yo, sin saber
qué hacer
de aquel olor a mujer,
a “mango” y a caña nueva,
con que me llenaste al son
caliente de aquel danzón;
gallo de fino espolón
en un bardal primitivo;
un tambor de piel de chivo,
un timbal y una ocarina!
“Pon,
ponme la mano aquí,
Macorina.”

Yo bebo el último ron
y quedo pensando en ti.
En ti y en aquel danzón.
En el viejo barracón
ya no hay faroles de China.

¡Todos se han hecho carbón!

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