domingo, 21 de enero de 2018

"TIEMPO DE VIDA", artículo de ÁNGEL AZNÁREZ ("La Nueva España", 21/01/2018)

"Dejando que el tiempo pase"




 Cualquier sitio es el paraíso con sólo parar 
el reloj. Cualquier habitación es eterna
 con sólo desalojar de ella el tiempo.
 La alcoba de la Isabel era la eternida
 porque yo me quitaba allí la vestidura del tiempo
 al quitarme mi pantalón y mi camisa.
                                           F. Umbral, Los males sagrados.


Fueron una vez bachilleres de los Maristas, de la calle Santa Susana de Oviedo, a los que en clase de la llamada “Filosofía real”, se les explicaba la Cosmología, y sus dos realidades que integran el mundo material: el Espacio y el Tiempo (o Cronología). El Hermano profesor, bien llamado “el Pichaías” por su delicadeza en modos y movimientos, explicaba un libro, que era un manual de Filosofía, escrito por un tal Joaquín Carreras Artau, catedrático de los de antes, escasos y que sabían. Tal libro estaba aprobado por el Ministerio de Educación Nacional y tenía, por supuesto, las licencias del Obispo de Madrid-Alcalá y también del Arzobispo de Sión y Vicario General Castrense, que éste tenía  de apellido una hipérbole de lo bruto: Muñoyerro, que es muñón de hierro. ¡Qué bárbaro debió ser aquél, por castrense y por clérigo!
"Un mirón"
El caso es que en el libro de Carreras se define el tiempo de una manera incomprensible para aquellos años primeros: “el tiempo es la medida del movimiento en razón de la anterioridad y de la posterioridad”.  Por cierto que un arquitecto acaba de escribir un librito que tituló Un breve curso de escritura crítica; eso me parece raro, muy raro, dado lo mal que escriben los arquitectos españoles; más caigo en la cuenta que tal arquitecto, experto en Preceptiva literaria, no es español, sino italiano y se llama sonoramente Luigi Prestinenza Puglisi. En la página 26, el arquitecto Prestinenza P. recomienda al escritor no utilizar latinajos “pues fastidian al lector y son un alarde de inútil erudición”. Siento lo cual, y asumo que el lector piense que soy un escritor-pijo (nunca, confío, un pijo escritor, que es muy diferente). Aquello que aprendí sobre el Tiempo, lo escribo ahora: TEMPUS est numerus motus secundum prius et posterius”.
"De complementos"
Volviendo al “Pichaías”, éste nada aclaraba, pues nada entendía. Tuve que hacer algo que siempre me dio buenos resultados: lo que no entiendo lo aprendo de memoria, hasta que finalmente, y por la memoria, lo termino entendiendo. Por la Memoria, diosa mimosa o mymusine de los griegos y amor de Nietzsche, hice oposiciones jurídicas y ahora, por fin, entiendo ya lo que es el Tiempo, que fue misterio insondable: que es lo más escaso y valioso que se puede tener. A partir de ciertos años empieza a faltar –cada vez menos Tiempo se tiene, a diferencia de los dineros que pueden abundar o ir a más, bien robando, bien trabajando-. Al hombre, ser efímero, lo empezó cantando, por efímero, Píndaro y luego siguió Lipovetsky.
Además el tiempo es elegante y dandi, pues que no se deja comprar por dineros o “cuartos”. Los que son ricos y los que somos pobres tienen y tenemos las mismas oportunidades; no hay en relación al Tiempo ni papás ni hijos de papás, ni herencias ventajosas ni bodas aprovechadas. Verdad es que Benjamín Franklin escribió que “el tiempo es dinero”, pero con eso sólo quiso decir que es también valor de cambio –valor de uso (del Tiempo)- y verdad es que en Radio Asturias, E.A.J 19 de Oviedo, se anunciaba en los años sesenta que “El tiempo es oro y Sigma, máquina de coser, es un tesoro y que, para máquinas de coser, las Sigmas de la calle Campomanes”.
Más aún, el Tiempo es escurridizo como una lamprea gallega, y es de género, masculino aunque tiene maneras de hembra, como los “bellocratas” y los diseñadores de complementos (¡Cuánto me gustan los complementos, ufff!
De la biblioteca francesa del autor
Mucho me ayudó la Literatura para entenderlo, y destaco tres autores que trataron el Tiempo de forma magistral: un español, Umbral, autor de “El Giocondo”, y dos franceses Jean d´Ormesson, católico-agnóstico (lo católico permite el todo y lo contrario del todo), y Jacques Attali, judío y con alma judía, y sabio de Sinagoga (lo judío sólo permite lo que es judío, que es continua exégesis, del Talmud, del Midrash y de la Kabbala).
Una vez que se publique la tesis doctoral que se está haciendo sobre “Umbral y el calendario”, escribiré sobre él, sobre Paco el gran majadero, majadero por haber reprochado a Alejandro Soljenitsyne no haber sido partidario del seminarista y tirano llamado Stalin y, también, por haber dicho de doña Letizia, esposa de Felipe, que fue “una modesta estrella de T.V”. Lo de “modesta” nada me gusta, pues me suena a modista y me recuerda los ojales. Umbral, uno de tantos burgueses, minués de la monarquía --se podría subtitular así, desde aquí, Oviedo, en cuyo mes de octubre tanto se ve y a tantos minués-.
"El lápiz de los verdes encantos". Macron lo coloca sobre el féretro de Ormesson
El francés Presidente de la República, Macrón, que es macrón por cabezón, despidió en el patio de la segunda Catedral de París, Les Invalides, al cadáver de Jean D´Ormessón, gran escritor del Tiempo y siendo el Tiempo el eje de su obra literaria, inmensa, ilimitada, desértica, como la de Pedro Silva, el de aquí y  éste casi beato. Si Ormesson escribió en 2003 --“Todo lo que amamos morirá. Yo también. La vida es bella”--, horas antes de morir a causa de un cáncer que le dejó en los huesos, escribió con letra temblorosa lo que su hija Héloïse encontró en el buró: “Una belleza para siempre. Todo pasa, todo termina, todo desaparecerá. Y yo que me imaginaba deber vivir para siempre ¿en qué me convierto yo? No es imposible”. Acaso no pensó hasta ese momento final que él también desaparecería, no obstante lo cual escribió una última mentira: la muerte nada puede contra mí”, y mentira porque la muerte lo puede todo, siendo de victoria total.
El Presidente Macron colocó sobre el féretro d´Ormesson, no collares, no insignias, no espadas, no grandes cruces, brillantes como luceros y como estrellas, sino un lápiz, un crayon, el lápiz de los “encantos”. Terminó el discurso fúnebre y los músicos militares de Les Invalides interpretaron la más triste sonata para piano de Mozart. Y su Tiempo se terminó con la incineración, que es alternativa rápida, siendo más lenta la de pudrirse en un cementerio. También él, calificado de ecrivain du bonheur  pudo elegir: que le quemen o pudrirse.
Jean d´Ormesson llegó a escribir un libro que tituló El olor del Tiempo, crónicas de un tiempo que pasa. En la crónica de 4 de noviembre de 1994 (Le Figaro Littéraire) dedicada al escritor Philippe Sollers, habla de una mujer papa, cuya elección, después del Cónclave, se anunciaría a la Plaza romana con un solemne Habemus Mammam, y yo añadiría: “”pronunciado por una eminentísima y reverendísima “cardenala camarlenga””.
Un libro
No se puede recordar a Jean d´Ormesson sin hacer referencia a su epopeya: apoyar y considerar haber llegado el Tiempo para que Marguerite Youcenar fuese “inmortal” o de la Academia francesa (La Coupole). La cosa no fue fácil a pesar de lo de Adriano, pues tres muros debieron derribarse: ser la primera mujer de la Academia, no ser de nacionalidad francesa sino belga, y ser de disfrute peculiar, de sáficos ardores con su amada Grace Frick. Maria Antonietta Macchiocchi siempre vió en la lésbica Margarita “la vida nómada de un genio”. Y una Youcenar, cuya última obra se titula, curiosamente, ¿Qué? La eternidad.
A los judíos siempre preocupó mucho lo del Tiempo, pues su obsesión por la idea de la “transmisión” lo implica. En esto lo judío recuerda a lo católico: en el año 2008, en el programa de T.V. (Public Senat), denominado Conversations d´avenir dijo Attali que la razón del Estado de la Ciudad del Vaticano es sólo una: que dure y no desaparezca el catolicismo. Attali asimismo escribió La vie éternelle y lo último que publico fue Ser uno mismo (“Devenir soi”). Entre uno y otro apareció el Diccionario amoroso del judaismo, que empieza con la letra A de Aaron y termina con la letra Z de Zohar.
Como escribe el arquitecto Prestinenza P. que no se debe cansar a los lectores, aquí me detengo después de frenar con mucha resistencia, seducido por eso que puede ser tan complicado, de llegar “ser uno mismo” y que tan pocos lo consiguen: de ahí la necesidad de tomar tantas pastillas, a las que tan aficionados son los psiquiatras.   
Prometo que en pocas semanas continuaré con lo de Attali, con lo de la duración y el dolor por la melancolía de locos. Eso será, en cualquier caso, antes de salir de Valderas (León) en dirección a Benavente (Zamora) siguiendo el cauce del Río Cea.

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