miércoles, 16 de diciembre de 2015

ÁNGEL AZNÁREZ presentó el libro "HISTORIA INSÓLITA DE MÚSICA CLÁSICA del escritor y abogado don ALBERTO ZURRÓN


Se empeñó don Alberto que el día 12 de diciembre presentara su musical historia insólita. Así lo hice en Gijón y el 15 en Oviedo.
Debo señalar que primero fui profesor de Derecho, hace veinticinco años, del hoy abogado, no ya promesa, y también historiador musical. Después fui un amigo, si bien nunca desapareció el natural desequilibrio como consecuencia de haber sido su profesor y él alumno mío. Por eso, precisamente, ni en el jolgorio o fiesta de una presentación de libros, he olvidado lo importante: a un alumno el profesor jamás debe adular o administrar indebidamente las lisonjas.
Nadie me enseñó la historia de la música –esto sólo se enseña en los llamados “conservatorios”-  y no sé el porqué si es verdad lo que se dice: que la música es el arte de las artes y el lenguaje universal. Es bien sabido y padecido que muchas veces lo que se enseña en facultades e institutos es lo secundario y accidental ¡Magia de los llamados “planes de estudios”! Los libros serios de Historia de la Música suelen ser muy aburridos.
LOS PAVOS ALBINOS
Héte aquí que en los años ochenta del pasado siglo se pusieron de moda los fascículos sobre música: primero fueron los de Salvat Ediciones Los grandes compositores y luego de Planeta Historia de la música clásica. Por ahí aún se ven muy bien encuadernados (los fascículos) en “bibliotecas” y estanterías de aglomerado, forradas con madera barata, casi plástico –el lector ya sabe a qué tipo de “nuevos”, no lectores, me estoy refiriendo-.
El libro de don Alberto, como libro interesante, hay que leerlo varias veces. Leer un buen libro una sola vez es apenas nada; una nada como haber escuchado una sola vez El carnaval de los animales de Saint-Saëns o Los nocturnos de Satie. Leer requiere releer y las melodías se valoran después de una repetición, lo cual es importante porque no hay tiempo para tanta novedad, especialmente, de libros; muchos libros nuevos que proliferan como las moscas, y que como las moscas son eso…
El autor, como muchos, al principio del libro se declara escritor –en este caso es en verdad escritor y no como muchos desvergonzados que no son tales-. De esto la señora editora de esta página Web por ser secretaria de Ateneo sabe mucho. Y el pijerío o la pérdida del oremus es mucho más que ponerse (los caballeros) unos pantalones colorados, alardear de pelos blancos y rizosos en la cerviz de cabezas calvas o cenar rosbifs.
AGUJEROS QUE SON OJOS
¡Atch-chis! Perdón por el catarro mucoso y mocoso.
Se hacen en el libro dos afirmaciones que me gustaría matizar:
a).- “Aún siendo escritor, considero (la música) la más fascinante de las artes”. La palabra “fascinar” me sobrecoge.  En la entraña léxica y semántica de esa palabra está el engaño, la trampa. La acción de fascinar y su resultado, la fascinación, suponen un engaño, un alucinar, un ofuscamiento. Así pues, declaro mi deseo y voluntad de no ser fascinado por nada y, sobre todo, por nadie.
b).- No obstante ser escritor, el autor declara su endeudamiento con la música. O sea, que una cosa son las letras (literatura) y otra son los números (la música). Y siempre me pregunté, desde mi lejano bachillerato: ¿Es que los números no son también letras y las letras números? ¿Por qué en los manuales de Lingüística al principio se estudia la Fonética y la Fonología? ¿Es que las palabras no suenan? En la poesía esto aparece muy claro y en la buena prosa también. Un buen escritor, además de escribir bien, ha de leer en alta voz sus escritos para ver si suenan o cantan, y esto desde los clásicos se sabe.
Es sabido que la drástica separación en España entre letras y números sólo sirvió para que los que se dicen “de letras” sean ignorantes en números (matemática) y los que se dicen “de números” sean ignorantes en letras (analfabetos). Y queda la última categoría, la más abundante: ignorantes en letras y en números.
Alberto Zurrón escribe sobre la extravagancia de los artistas: compositores, instrumentistas y directores de orquesta. La extravagancia, que es un vagar por fuera, es natural en los verdaderos artistas –los malos artistas los imitan-. La sociedad que es autoritaria y que quiere el imposible –oficio de sastres- de que todos estén cortados por el mismo patrón, no permite que unos vaguen por fuera, que desprecien el “intra-muros” y respiren el fresco aire más allá de los muros y murallas.
Y unos seres extravagantes, cuya sublimidad no está en su cuerpo –altos, bajos, gordos, flacos, guapos feos, hasta horrorosos, con padecimientos y defectos-, como todos nosotros. Tampoco la sublimidad está en su mente –maniáticos, neuróticos, fóbicos, hipocondríacos, miedosos, envidiosos, como todos nosotros.
Y pregunto: ¿Dónde está lo sublime del artista compositor, instrumentista y director de orquesta?
Y respondo: En el núcleo de su condición humana y sobre todo en su obra sublime e insólita; insólita de in (no) solere, tan cercano de esto tan importante: sine sole, sileo (sin sol, callo).
Como escribe el autor Alberto Zurrón: ”La cuerda floja no sólo se inventó para equilibristas”.
(Continuará con lo del día 15, sobre los artistas de la música y sus cuerpos)
Ángel Aznárez.
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