martes, 11 de marzo de 2014

RECORDANDO A JUAN JOSÉ PLANS



Juan José Plans era uno de mis amigos -como tal-  más recientes, aunque lo conocí siempre en la distancia. Fueron muchas las noches en las que concilié el sueño  escuchando sus relatos radiofónicos de terror. Era para mí, en aquella época,  un señor importante al que admirar pero demasiado lejano para acercarme a él. Pero la vida da muchas vueltas y hace tres o cuatro años el entonces presidente del Ateneo, José Luis Martínez, me lo presentó. Y desde el primer día conectamos –que se dice ahora- , tuvimos muchas charlas y encontrarnos era una alegría compartida, y no menos de una hora de conversación animada de cualquier cosa: divina o humana.  Pero  de lo que más nos gustaba hablar era de libros y de esa institución que presidía, Foro Jovellanos, y de esta de la que yo soy humilde secretaria, Ateneo Jovellanos. Y de cuando en cuando se colaban en la conversación temas personales, como el que surgió el último día que coincidimos en la esquina de una calle, hace más o  menos un par de meses.  Venía preocupado, o más bien ocupado, en decidir qué podía hacer con los cientos de libros que tenía en su piso de Madrid que quería cerrar. Estuvimos un buen rato tratando de encontrarles ubicación, sin conseguirlo. Al final llegamos a la conclusión del poco interés que demostraban, quienes debían tenerlo, por proteger ese patrimonio cultural que son los libros. No hayamos  solución al problema, pero nuestra conversación fue tan amena y enriquecedora que me queda como recuerdo grato de Juan José. Yo sé que en estos momentos quienes loan, con todo merecimiento, su figura, hablarán de las cosas importantes que hizo, de su contribución a la creación y fomento de cultura. Pero yo, que soy casi nadie, me quedo con su parte humana, con nuestras interminables  conversaciones de calle esperando cualquier semáforo. Con esa proximidad que llegamos a tener en la que se mostraba como un hombre que disimulaba su nivel simplemente para ponerse a mi altura. Su muerte me ha dejado consternada, como a casi todos. Gijón pierde a un humanista, yo pierdo a un amigo entrañable. Descanse en paz. 

"El gran ritual", último libro de Juan José Plans, presentado en el ATENEO JOVELLANOS

"Rosa levantó la cabeza. Más que respirar, bebió el aire..." La voz grave y radiofónica de JUAN JOSÉ PLANS resonó el 29 de NOVIEMBRE de 2012 en el ATENEO JOVELLANOS de Gijón, en la presentación de su libro “EL GRAN RITUAL”, una obra de ciencia-ficción ambientada en Asturias que ahora ha sido reeditada por CVS Ediciones. PLANS, acompañado por DOMINGO LUIS HERNÁNDEZ  y JESUS PALACIOS, ofreció a los asistentes un adelanto del libro, que por gentileza de su autor reproducimos a continuación.

"Rosa levantó la cabeza. Más que respirar, bebió el aire. Y, cerrando las manos, dijo con la mirada perdida:
-Fue en la Noche de San Juan, en el lauredal en donde desapareció la estrella, en el bosque en el que se apagó su resplandor tras derramar una catarata de luz...
Había algo en su garganta que le hacía daño. Era incapaz de tragar saliva. Pero prosiguió:
-Pensé que, si era la estrella de plata del santo, de poder hacerme con una gota de su lluvia de luz, sería el mejor amuleto para conseguir la felicidad. Desde que tuve esa idea, ninguna otra cosa me importó. Con tal amuleto, lograría que Víctor se curara de sus quemaduras y de que fuera permitido y bendecido nuestro amor. ¡Nuestro amor que todos habéis mancillado! -y le tembló la voz-. Me adentré en el bosque hasta llegar a espesuras que no creo que nadie haya pisado y que son morada de animales salvajes que allí se refugian para estar libres de vuestras persecuciones. ¡Ellos sí que deben ser testigos de que lo que diré es cierto! Pero, para mi infortunio, son testigos mudos que en nada me pueden ayudar. Y llegué a una pequeña calva, que posiblemente nunca existió hasta aparecer la estrella de plata...
-No te detengas -le dijo don José, que no dejaba de estudiar la impresión que ella iba causando en los que la escuchaban.
-Los árboles, las hierbas, los matorrales, todo parecía estar calcinado. Como si allí hubiera habido fuego, un fuego invisible y reciente. Todo lo que tocaba se deshacía en mis manos, se convertía en polvo. Buscando una gota de luz, me sentí observada. Dije algún conjuro, por si se trataba de alguna bruja, y continué en pos de lo que deseaba. ¡Vi una gota de luz que me hizo sentirme alborozada! Iba a correr hacia ella, cuando... ¡Una voz me habló! Parecía estar cerca de mí, susurrándome cosas incomprensibles al oído, pero me hallaba sola. ¡Hasta que supe que la voz estaba dentro de mí! ¡Tuve mucho miedo! Sospeché del Diablo porque, ¿Quién podía hacer una cosa así? ¡Pero no era el Diablo! La voz era dulce, acompañada de ecos, suave, siempre igual. Me tranquilizaba, me decía que nada tenía que temer. ¡Leía mis pensamientos! Sabía lo que pensaba sin necesidad de que se lo dijera. Entonces, de entre los árboles en los que veía la luz parpadeante, salió...
-¿Quién? -preguntaron sobrecogidos.
-¡Él!
-¿Él? -y retrocedieron, aterrados por lo que pudiera decirles.
-Él me llamaba y yo iba como perdiendo mi conciencia. Influía de tal manera en mí que, aunque quise huir, más me acerqué. Cuando estuve a su lado, la Luna volvió a ocultarse tras de las nubes. Sé que era alto, me sacaba varias cabezas. Llevaba como unas ropas blancas, pero muy distintas a las nuestras. Creo que no era tela, era otra cosa que no me es posible explicar. De la ropa colgaban algo parecido a jubones. Hubo una cosa que me asustó mucho. Fueron unos tubos, que creí serpientes de tanto como se asemejaban. Los tenía principalmente por la espalda y por el pecho. Varios de ellos estaban unidos a una especie de esfera que cubría su cabeza, que también era de color blanco, a excepción de lo que supongo se hallaba delante de su rostro. Esta parte era negra. Pies, manos, todo era cubierto por la ropa. Ni pude ver sus ojos...
Rosa hizo un esfuerzo. Tenía la boca seca y un sudor frío resbalaba por su frente volviendo a recordar aquel encuentro. Los demás no se movían, apenas parpadeaban.
-Me habló, y aún tengo la impresión de que por mucho tiempo. Vagamente, porque no aceptaba a razonar del todo, creía que iban transcurriendo años, quizá siglos. Pero después, por lo que supe, no pudo ser así. Su voz resonaba en mi mente, algunas veces entremezclándose con extraños sonidos. De todas las cosas que me dijo, tan sólo entendí unas pocas. Supongo que habrían sido claras para un sabio, pero no para mí, pobre ignorante. Pese a mi angustia, lograba serenarme. Dijo que era un gran momento, un encuentro que en siglos venideros celebrarían ellos y nosotros.
-¿Ellos? -preguntaron unos.
-¿Nosotros? -preguntaron otros.

-Venía de lejos, de muy lejos, de un mundo que ni sabíamos que existiera. Hizo un gesto, levantando pesadamente uno de sus brazos, y me pareció que señalaba al cielo. Sé que habló de planetas y de estrellas, de cometas y soles... ¡Pero yo sólo sé el nombre de dos o tres! Dijo que unos mundos nacían y otros morían, pero que nunca desaparecería la vida inteligente del universo, que siempre se hallaba no en uno sino en varios planetas, que según el se pueden contar por millones... (...)".

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