martes, 18 de marzo de 2014

"LA MESA DEL MAESTRO", artículo de JOSÉ DE ARANGO con motivo del fallecimiento de FAUSTINO FERNÁNDEZ ÁLVAREZ


FAUSTINO FALLECÍA EL PASADO 14 DE MARZO
   Se estaban hundiendo varios pesqueros en Cudillero, en tormenta de primavera, y el director, Luís Alberto Cepeda, me llamó a Gijón para encargarme que fuese hasta el puerto pixueto y “miras lo que pasa, chacho, y vienes a escribirlo aunque sea muy tarde”.  Salió una página y al día siguiente se me pidió que me incorporase a la redacción de Oviedo. No tenía, con las prisas, ni mesa ni máquina de escribir. “Mañana te suben  una mesa y una máquina, tranquilo Aranguín”, me dijo Luís Mier. Pero no hizo falta. Faustino –Faustón desde entonces porque él me llamó siempre José de Arimatea- pegó un  golpe en el cenicero con su pipa de roble viejo y me dijo: “En mi mesa hay sitio para los dos y ahí hay un cajón, con la cerradura rota porque perdí la lleve y dejas lo que quieras que nadie toca nada”. El suelo de la redacción era, al caer la tarde, una alfombra de folios inutilizados por una cara y a mi me pareció un despilfarro porque podía escribirse en el reverso. De todo esto hace más de treinta y cinco años.
            Nunca dejé de leer ni una sola línea de quien me dio asilo en su mesa. Era mi maestro. Era mi cómplice. Era mi amigo. Era mi compañero del alma, compañero. De regreso de algún pueblo, con mis chirucas manchadas de barro,  me llevaba hasta el “Pasapoga” de Modesto el de La Estrada de Mallecina o a “La Paloma” de Ubaldo el del Barrio, también  de Mallecina por supuesto, a tomar algo mucho más suave de lo que pedía para él. Él con su pipa. Yo con mis “farias” de carretero. Era mi hermano menor. En el cajón de su mesa quedó un día el viejo diccionario de bolsillo con el que salí del pueblo hace más de medio siglo para, loados sean los dioses, llegar a sentarme en la mesa del maestro y recibir, cada tarde, sus lecciones magistrales sobre periodismo, la Asturias profunda, la vida.
            Desde las riberas del Aranguín, algo inutilizado por una dolencia sin mayor importancia, tengo preparada una rama florida de una pescal que se adelantó a la primavera para depositarla sobre las aguas y que éstas la lleven hasta San Esteban de Pravia, hasta el mar que es el morir,  como homenaje de este periodista de pueblo a mi maestro Faustino que un día me dejó su mesa y su maquina de escribir a la vez que me sonreía y que me rebautizó cariñosamente como José de Arimatea. Faustino F. Alvarez era así. Cualquier día, nos vemos, maestro.
           

              

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