martes, 5 de noviembre de 2013

"UNA MANIFESTA INJUSTICIA", artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA dedicado a VÍCTOR ALPERI

Andaba ya con la languidez que tiene la ropa de quien va a morir. Y la noticia de su muerte conmovió a muchos en forma de acto de contricción por la manifiesta injusticia que este escritor sufrió en su propia tierra, en la que nunca fue del todo comprendido. Es cruel que ciertas figuras de las artes y de las letras necesiten de la muerte para ser consagrados por una sociedad poco generosa, que solo elogia aquello que ya no es, que no puede oir su elogio ni alentarse en su panegírico, como si solo la muerte hiciera merecedor al hombre de todo lo que en vida le ha sido escatimado y discutido. Víctor Alperi se acostó para morir en su refugio de la calle Asturias de Gijón y Así, de esta manera, en medio del frío de la indiferencia, concluyó su éxodo. En los últimos meses, Víctor nos decía a Carmen Gómez Ojea y a mí que la vida era ya para él un espectáculo demasiado largo, donde las escenas teatrales se repetían con las mismas frases. Empezaba a caminar con dificultad este escritor nacido en Mieres, estudiante de Medicina en la facultad de San Carlos, luego abogado y doctor en Derecho. Empezaba a ver mal Víctor, este narrador de historias con varios tomos de novelas, de cuentos y libros de viajes, de poesía y crítica, de cocina y ensayo, que también llegó a reunir una importantísima biblioteca que él ofreció por poco dinero y nadie quisao, algunas tardes, con paso breve y vacilante, se encaminaba desde el rincón de su vejez hasta el Dindurra o el Arrieta, para tomar un cafelito, con velador de mármol, con Carmen Gómez Ojea, la gran escritora asturiana, nacida en Carreño, que nunca lo abandonó, y conmigo. Allí hablaba de su vida, de su alegre vida madrileña llena de literatura, de los maestros que él conoció y con los que alternó: Ruano, Azorín, Cela, Ángel González, Dolores Medio, del Café Gijón, y también de su dolor literario. Acompañé su ataúd hasta Mieres. Allí quedó, al lado de sus padres, bajo un pequeño altar, en una capillita toda blanca y sin flores, como si fuera un niño que hubiera llegado hasta allí a recibir su primera comunión.
     (Publicado en "El Comercio", 4/11/13)

No hay comentarios:

Publicar un comentario