lunes, 23 de septiembre de 2013

ÁNGEL AZNÁREZ: "LA CODICIA, FUERA DE CIERTO LÍMITE, ES UNA ENFERMEDAD MENTAL", publicado EN "LA NUEVA ESPAÑA", con motivo de la conferencia pronunciada en el ATENEO JOVELLANOS

El notario recuperó el concepto de gratuidad de Benedicto XVI para poner en entredicho el actual modelo económico

Ángel Aznárez, a su llegada al centro cultural Muralla Romana.
 

«La codicia, fuera de cierto límite, puede ser una enfermedad mental, y lo digo con todo el respeto». Así de rotundo se mostró ayer el notario Ángel Aznárez en una conferencia que asoció la crisis del sistema económico y político a «un trastorno» derivado del «pensamiento único ultraliberal». Se trata, en definitiva, de «la patología del mercado y el mercado y nada más que el mercado», aclaró.




Con su conferencia «De la economía de la codicia a la gratuidad», Aznárez puso en evidencia los males de la sociedad actual contraponiendo conceptos antagónicos. El afán excesivo de riquezas de quienes «nos han llevado a esta situación» frente al principio de gratuidad que el Papa Benedicto XVI reivindicó en su Encíclica «Cáritas in veritate». «Esos que han tenido un ataque de codicia y nos han llevado a esta situación, siguen ahí. Quién nos dice que no van a volver a las andadas», advirtió.




Según Ángel Aznárez, «la política ha sido un títere al servicio del dinero. El dinero ha podido con todo. Y aquellos que antes decían que no se debía intervenir en el mercado ahora piden al Estado que intervenga, y rápido». Pero, en su opinión, «no podemos aceptar que la economía haya dejado de ser una ciencia social para convertirse en una ciencia exacta», porque, al final, «el sistema democrático se viene abajo», sentenció.



Y, ante una situación tan crítica como la que vive España desde 2008, Aznárez pone en valor la doctrina social de la Iglesia católica. Más allá de sus propias convicciones religiosas, el notario y articulista de LA NUEVA ESPAÑA considera de interés recuperar las reflexiones que hizo al respecto Benedicto XVI, partiendo de que «la naturaleza de Dios es el amor» y «la esencia de la Iglesia la caridad».



No hay una crítica directa al capitalismo en las tres encíclicas del anterior pontífice. Pero sí se introduce el concepto de gratuidad en el análisis económico y político, vinculado al «amor entre hermanos». «Vuelve a plantear el concepto de fraternidad, que fue la hermana pobre de la Revolución Francesa. No es un tema de moralidad. Hay que incorporar a nuestra economía los actos gratuitos», expuso Aznárez, que colabora con diversas organizaciones no gubernamentales y ha sido presidente de Unicef-Asturias.



Pero abogar por la colaboración entre conciudadanos frente a la competencia encarnizada que ha marcado las relaciones sociales y productivas durante las últimas décadas no es exclusivo del pensamiento vaticano. Aznárez incluso encuentra en los textos de Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución por selección natural, «una especial atención al otro, al señalar que el altruismo y la simpatía son la parte más noble del ser humano».



En su conferencia, que abrió el nuevo ciclo de actividades del Ateneo Jovellanos -con sede ahora en el centro cultural Muralla Romana de Cimadevilla- no faltaron referencias críticas a la actualidad asturiana, desde «el debate por los sueldos de los diputados asturianos» a la situación de las cajas de ahorros: «Mi absoluto desacuerdo con lo que ha pasado».

A LO PUBLICADO EN "LA NUEVA ESPAÑA" AÑADIMOS UN RESUMEN DE LA CONFERENCIA

Codicia, codicia!! Ese fue el grito denunciador de la causa de la crisis financiera que estalló en el otoño de 2008, cuyos efectos aún sufren millones de ciudadanos españoles. ¡¡Codicia, codicia!! dijeron ilustres banqueros y cajeros españoles, que ahora, cinco años después, parecen haberse olvidado de aquella autoinculpación por codicia. Desde finales del siglo XX y principios del XXI, imperó lo que el personaje principal de la película Wall Sreet proclamó: “La codicia es buena, funciona; aclara, penetra y capta la esencia del pensamiento evolutivo”.

Y la codicia es el deseo exagerado, sin límites, de cosas (dinero) a costa sobre todo de los demá¡¡s, los otros. Las religiones monoteistas predican que es un pecado, que viola el Mandamiento del “no codiciarás”; el cristianismo es muy beligerante contra el afán codicioso y avaricioso, considerándolo “pecado capital” o cabeza de otros pecados, siendo su virtud opuesta la generosidad. También se ve en la codicia una causa de delinquir, pues el afán exagerado de tener conlleva el robo y el hurto –casos de robos en la actual crisis ha habido muchos-. Y la codicia puede ser una enfermedad o trastorno mental, esto es, que ciertas “maneras” codiciosas son perturbaciones de la mente, cuya curación podría precisar tomar pastillas o tumbarse en el sofá para psicoanalizarse. De la enfermedad, los grandes codiciosos no son conscientes, prueba de ello es que hasta presumen y se pavonean como pavitos; exhiben sus oros, creyéndose objeto de deseo, siendo unos indeseables.

Y una pregunta inquietante: ¿qué racionalidad -tan pregonada en los comportamientos económicos en los mercados y en el mercadeo - puede haber allí donde lo que hay es mucho trastorno y trastornado? Si la codicia, tal como se ha repetido, ha gobernado la economía en pasadas décadas y causa del actual desastre, surge otra pregunta: ¿ si los codiciosos financieros de ayer, siguen mandando hoy (que ahí siguen en sus despachos), cómo nos van a sacar de las crisis? Fue la codicia de los agentes económicos, de los financieros, la causante de tanta ruina económica, social. Los políticos se olvidaron de los ciudadanos y, cual histriones, se pusieron al servicio de los poderes económicos. De ahí que la actual crisis sea también política, pues ya sabemos quienes nos gobernaron, no precisamente los que votamos en las elecciones, que resultaron ser, también, muy devotos del becerro de oro. El dinero se apropió de la política (el debate sobre retribuciones y sueldos de los políticos no es una anécdota, sino una categoría).

El llamado “pensamiento único” que nos rigió (el anarco liberalismo de la apoteosis del mercado y del mercadeo, de la economía sin la política, del olvidarse de los problemas del medioambiente, del beneficio económico sin limites, de la colonización o el parasitismo del Estado y de las Administraciones publicas por “los del dinero” (corrupción), nos  llevó al actual estado de pobreza; al paro que alcanza cotas como las de Alemania de los años treinta, con desesperación de muchos jóvenes parados, que preguntan a sus padres si ellos (los jóvenes) cometieron delito por haber nacido. En el estado de malestar estamos, con consumos preocupantes de psicotrópicos y de “calmantes”, y pagando impuestos para tapar los agujeros de las instituciones financieras. ¡En qué se convirtieron los Montes de Piedad, que nacieron para frenar la usura, que recuerda Benedicto XVI en su Encíclica.

De las propuestas más radicales contra la codicia, destaca la Encíclica de Benedicto XVI Caritas in veritate (2009). Una Encíclica que se integra en lo que se llama la “Doctrina social de la Iglesia” y cuyo fundamento teológico está en su primera Encíclica, la Deus caritas est. (2005). El Papa, en Caritas in veritate, introduce en su análisis del sistema económico (el sistema capitalista, que ni ataca y no nombra), lo que llama la “Economía del don o de la gratuidad”. Es interesante tener en cuenta los muchos actos que cotidianamente se realizan de carácter gratuito; que son “dones” a los demás, y que no sólo son expresión de un asistencialismo caritativo, de una vivencia religiosa, de una moralidad, sino también constitutivos de toda una economía, la  economía de la gratuidad, que complementa a la otra, la de los intercambios mercantiles. Reducir el hombre al homo economicus, impulsado únicamente por el interés y el afán de lucro, es una aberración (es verdad que a Benedicto XVI se le escuchó poco, en parte por los escándalos financieros de su Banco, el IOR).

A los que pudiera parecer utópico el planteamiento papal de la gratuidad, habrá que recordarles el ensayo del antropólogo Marcel Mauss con su Ensayo sobre el don, publicado a principios de los años veinte del siglo pasado. De las tres formas de intercambio entre los hombres, una es el trueque, otra la venta, y la tercera es el don o regalo sin contraprestación, manera simbólica de cohesión social, y muy ambigua, pues, por no tener precio, es inestimable. Muchas respuestas y contradictorias se han dado en la Filosofía y en la Antropología a la pregunta sobre el lugar que ocupa en el ser humano el interés, el desinterés, el altruismo y la generosidad. En la Antropología cristiana está muy claro: la gratuidad, por proceder del amor de dios,  la ágapé o caritas es central.

Debemos destacar las muchas iniciativas en el ámbito de la sociedad civil que responden al principio de gratuidad, hoy esenciales para remediar los daños de la codicia de algunos, muy importantes. Las de muchas personas que cotidianamente hacen actos gratuitos, en el ámbito familiar y extrafamiliar, en la empresa y fuera de la empresa; las de muchas personas, que incluso se “empobrecen” para beneficiar a otros por medio de donaciones. Donaciones de dinero, de bienes, de alimentos, incluso de sí mismos (donaciones de órganos humanos para trasplantes, de tejidos, de sangre, de preembriones). También hay gratuidad en la participación ciudadana en entidades sin ánimo de lucro de ayuda a los demás, unas confesionales como Caritas y otras no confesionales; y también hay gratuidad en variadas formas de voluntariado e iniciativas de economía ética y cooperativa. Todo eso también mueve mucho dinero y tiene su economía, la llamada Economía del don.


(El Papa Francisco, en su homilía del viernes, 20 de septiembre, la dedicó al “Poder del dinero” y mencionó la avidità).  

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