martes, 27 de agosto de 2013

UNA DE "NUEVOS RUSOS"

Al fondo mi apartamento, y detrás de los árboles "los nuevos rusos"

Según me dice quien de esto sabe un montón, no se trata de rusos, sino de “nuevos rusos”. Lo que en roman paladino debe de ser algo así como de  “nuevos ricos”. Pululan por nuestras costas como las moscas en verano, para alegría de comerciantes y hosteleros y desgracia de ciudadanos normales. Con su fresco dinero lo compran todo, se pasean por locales de lujo, llevan los mejores coches, y un largo etcétera que estaría muy bien si no fuese porque el oscurantismo que envuelve sus vidas nos llena de intranquilidad, aunque sean muy válidos para engordar las estadísticas de los turistas que nos visitan y el Gobierno lo aproveche muy bien para hacernos ver que la situación económica va mejorando. Pues bien, esos “nuevos rusos”, así lo diré para no ofender a nadie, me tienen hasta las narices, porque se han venido a instalar justo debajo de mi ventana privándome de la vista al Mediterráneo que hasta su llegada tenía. Lo explicaré, aunque eso no sea más que un desahogo, no merme mi cabreo y os interese poco.

Pues eso, la valla cada vez más alta
Delante de mi apartamento  había una hermosa casa de aldea alicantina de planta baja, con una rodeada en la que convivían un jardín y un pequeño huerto que sus viejos propietarios cuidaban con esmero y que hacían mis delicias cada mañana al asomarme a la ventana. Entre su casa y mi ventana mediaba una calle peatonal de pocos metros, y en el horizonte una maravillosa vista  al Mediterráneo. Una delicia de la que disfrutaba durante el tiempo que duraban mis vacaciones y que añoraba el resto del año. Pues bien, hace dos o tres años, las cosas empezaron a cambiar. Me dicen que alguien compró la casa, pero que no se sabe quién. Y comienzan las obras. Hasta aquí ningún problema, salvo la curiosidad que me producían las palas excavando con tanta profundidad: un sótano que se parecía  a un bunker. Luego vinieron las reformas externas y el edificio crecía en todas direcciones, un piso más, terrazas, aleros, columnas estrambóticas, dorados extraños… pero dentro de lo que cabe, sin mayor importancia. Lo peor vino después, cuando empezaron a surgir las vallas cada vez un poco más altas, y luego los árboles que llegaban ya creciditos y en poco tiempo se volvían descomunales. La puerta fue sustituida por un gran portón y… ya no se ve el  mar desde mi ventana. Han creado un blindaje que resulta bastante chocante. Es difícil no ponerle cara a unos vecinos de los que sólo  te separan unos metros. Lo único que se sabe de ellos es que entran y salen en coches de alta gama con cristales tintados, que no se dejan ver y que nos han quitado la ventana al Mediterráneo, que no vemos más que por una esquinita. Un día  me decía mi vecina -que es francesa- en su macarrónico castellano “pueden ser peligrosos, porque pueden ser robardos”. Y, la verdad, no me importa que sean ladrones de guante blanco, mafiosos, traficantes de lo que sea, o “nuevos rusos”, lo que me fastidia es que se me hayan plantado delante. Y por mor de su dinerito  campado a sus anchas rompiendo con el entorno. 
Y esta es la vista de la que me han privado (la foto está hecha desde la azotea)
Después de esto supongo que estará justificado mi cabreo.

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