martes, 30 de octubre de 2012

¿REMINISCENCIAS DE LEÓN FELIPE EN EL VERSO ÚLTIMO DE ANTONIO MACHADO?




José Luis Campal Fernández
(Real Insituto de Estudios Asturianos)

         El descubrimiento de medio centenar de poemas inéditos de Antonio Machado, así como la reciente publicación de una biografía –Ligero de equipaje.  La vida de Antonio Machado, por Ian Gibson (Madrid, Aguilar, 2006)– sobre el viejo poeta andaluz del 98 que patrimonializó la II República, me trajo a la memoria un famoso verso alejandrino garabateado en un trozo de papel y hallado, junto a otras dos notas, en los bolsillos de su gabán; una escueta línea que ha sido considerada como el presumible broche final de la producción machadiana: «Estos días azules y este sol de la infancia».
         A propósito de este verso, Gibson escribe en su voluminoso y documentado libro que, «intuyendo que llegaba el final, se sintió una vez más transportado a la Sevilla de sus años primaverales, aquella Sevilla preñada de oro y azul que fue eterno presente en su corazón de poeta caminante» (página 629). Sin embargo, este mediático hispanista no hace referencia alguna –me parece que tampoco otros estudiosos versados en Machado– a los olores ajenos que este famoso verso desprende y que a mí me remiten con fuerza a otro verso de un poeta no menos carismático como fue León Felipe.
No hay más que comparar ese verso-islote de 14 sílabas caligrafiado por Antonio Machado con otro de 16 sílabas y firmado por el zamorano León Felipe que puede leerse en su obra Versos y oraciones del caminante (Madrid, 1920). En ella nos topamos, en su tercera sección, titulada «Descanso», con el poema «¡Qué lástima!», en una de cuyas estrofas hay un verso, el vigésimo primero, que es casi gemelo del de Machado, aunque cabría mejor decirlo al revés: que el de Machado pudiera ser un préstamo ¿involuntario? del escrito por León Felipe, y que reza así: «Pasé los días azules de mi infancia en Salamanca».
La única diferencia es que esta imagen (salvo ese vocablo «sol», que no aparece en el zamorano y sí en el sevillano) de León Felipe está fermentada casi veinte años antes de que se hallara ese verso sobre el que se han vertido ríos de tinta. De todo se ha hablado menos, que uno sepa, sobre la, para mí, probable filiación que ahora le asigno.
Podríamos igualmente tener presente, aunque poco importe más allá de una cierta afinidad ideológica, que León Felipe visitó con cierta frecuencia a un Machado cansado y evacuado en Valencia durante la etapa final de la guerra civil, antes de que el autor de Campos de Castilla abandonase España entre la riada de defensores del Frente Popular que, con razón, temían por su integridad física con la victoria de Franco. Como no es menos cierto que ambos, Machado y León Felipe, compartieran tribuna en mítines de propaganda republicana, y que este último llegara a escribir de don Antonio que «era un gran hombre y un poeta muy grande».
Y no deja de resultarme menos curioso que en otro lugar de su obra, facturada ya en el exilio mexicano, León Felipe diera forma literaria, según yo lo veo, al hallazgo póstumo de Machado, porque en su libro Ganarás la luz (1943) León Felipe incluye el poema «Parábola», donde están los siguientes versos: «Había un hombre que tenía una doctrina (...) / una doctrina escrita que guardaba en el bolsillo interno del chaleco». ¿Sería acaso esa «doctrina» –me pregunto más como diversión que por convencimiento– la nota que el hermano de Machado encontró en su abrigo tras expirar el poeta en una Francia que muy pronto dejaría de ser la patria de la fraternidad, la igualdad y la libertad para convertirse en la nación colaboracionista del mariscal Philippe Pétain?

(Artículo publicado en La Opinión de Zamora el martes 18 de julio de 2006, página 3)

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