lunes, 3 de septiembre de 2012

NI CALOR, NI CAFÉ


Quitar a quien nada tiene es muy fácil. Cerrar Calor y Café es una canallada. Estoy segura  de que quienes tomaron tal decisión no se dieron nunca una vuelta por ese  reducto tan  de los pobres. Ni supieron nunca lo que es tener únicamente la tierra abajo y el cielo arriba. Yo los he conocido de la Cocina económica a Calor y Café. Y así un día tras otro.  Sencillamente porque no tienen  a donde ir, porque los días son demasiado largos para quienes están excluidos de una sociedad que los quiere lejos, que prefiere no verlos. Alcohólicos, drogadictos, ancianos sin familia, pobres de solemnidad. Ya sé que son una lacra social, unos desgraciados, lo que se quiera decir de ellos. Están acostumbrados a oírlo, al desprecio, a que se cambie de acera para no tropezarlos. Pero no es tan simple. Detrás de cada pobre hay una persona que sufre, que tiene sentimientos, que antes que una limosna agradece que le mires, que le hables. Pero nos dan miedo, miedo por su aspecto –inofensivos, aunque cueste creerlo-, miedo a su olor –a miseria-, a sus enfermedades, a lo que se quiera. Pues me temo que ahora, al cerrar Calor y Café no les quedará más remedio que esperar en la calle. Esperar que pase el día, demasiado largo para ellos. Que nadie piense que cerrándoles el único lugar donde podían cobijarse los vamos a quitar de encima. Nada de eso, vagarán por las calles, arrastrarán su miseria ante nuestros ojos. Y como siempre cambiaremos de acera, soltaremos en el mejor de los casos algunas monedas sin  mirarlos y lamentaremos que anden por la calle. Pero no haremos nada más.  

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