lunes, 7 de mayo de 2012

"EL CANDIDATO DE ADEFLOR", ARTÍCULO DE JOSÉ LUIS CAMPAL


(Artículo exclusivo para el blog Las mil caras de mi ciudad)

CARICATURA DE ADEFLOR, OBRA DE MAROLA
De entre la inmensa producción periodística de ADEFLOR, sobrenombre celebérrimo del escritor gijonés Alfredo García y García (22/V/1876-1/IV/1959), sobresale como pieza única e incombustible el retrato en carne hiriente que hace del representante municipal en su tratado satírico El concejal, urdido en Somió en los meses del verano de 1908 y que saltó a las librerías en septiembre de ese año, generando automáticamente una riada de comentarios, mayoritariamente plausibles dentro y fuera de Asturias.
Del volumen se habló en su día largo y tendido. Sin embargo, es prácticamente desconocida la recapitulación de hechos, y chistosa reflexión irónica sobre la deshuesada ambición política, que en noviembre de 1909 (es decir, un año después de su aparición) realizó el propio autor en una de sus habituales crónicas para El Comercio, diario en el que llevaba ejerciendo ya unos meses como jefe de redacción, azuzado por la celebración de unas elecciones al Consistorio local.
Coincidiendo ahora con el ciclo de conferencias en el Ateneo Jovellanos sobre periodistas de la región que han marcado un hito, y que se inaugura precisamente rememorando la figura monumental de Adeflor, no puedo resistir la tentación de exhumar tan placentero artículo, sabiamente estructurado y finamente redactado, virtudes hoy en desuso. Lleva por título “Mi candidato” y dice así:


Confieso que yo escribí un libro con la sana intención de acabar con los ayuntamientos. Era una especie de proyecto de Administración local al revés. Yo quise poner en ridículo a los señores concejales para que nadie quisiera ser edil. No habiendo munícipes, no habría ayuntamientos, y el ideal mío para la buena marcha de los pueblos consistía en la supresión de las sesiones municipales. Me fui a la aldea, me encerré en una casa de campo, requerí cuartillas, las mandé a la imprenta y quedó puesto a la venta El concejal.
Casi toda la prensa de España y parte de la del extranjero (conste que un diario de París me aludió cariñosamente) escribieron acerca de mi obra. Ayuntamiento hubo, como el consciente y simpático de Llanes, que acordó en solemne sesión adquirir treinta ejemplares para repartirlos entre los ediles.
Las gentes se regocijaron con El concejal hasta el punto de que algunos munícipes dejaron de saludarme, y no faltó alguno que se dio por aludido en varios capítulos, creyendo el mentecato que yo al escribir el libro me había acordado de él. ¡Pues no era poco presumido el... concejal!
Bueno, pues aquí me tienen ustedes haciendo ridículos a los ediles, para que ahora salga poco menos que medio Gijón queriendo ser ridículo, es decir, concejal. Yo en mi vida he visto fracaso moral como el de mi obra. Yo pensaba:
–Vaya, en cuanto haya elecciones municipales, nadie se presentará. Mi libro será la salvación de mi pueblo. Todo marchará al pelo sin concejales. El concejal es la causa de todas nuestras desventuras.
Pero ¡alabado sea Dios! y cómo me equivoqué. Si cien ayuntamientos tuviera Gijón, sobrarían candidatos. Por los detalles que me cuentan, hay en esta villa aspirantes para llevar a todos los ayuntamientos de España. En verdad que me he lucido. ¡Con la lectura de mi libro he propagado aún más la terrible plaga de la concejalitis aguda! Perdonadme, ¡oh, musas de la ironía!, que me haya salido todo al revés. ¡Yo quería la felicidad de mi pueblo y, ya veis, todo lo he echado a perder! Nunca han sonado más candidatos que ahora. ¿Adónde vamos? ¡Oh, miserable valer el de las gentes que ponen todo su anhelo en sentarse en un escaño edilicio! Yo me palpo y me digo: –Pero tú, presumidillo, que tienes en poco una concejalía, que primero te dejabas ahorcar que ir al Ayuntamiento, ¿no ves a los demás?
¡Sí; los veo y me santiguo! Pero sé que los discretos son pocos y que forman legión los inocentes y los osados.
¡Oh, país perdido, que no cuentas con gentes más que para ser ediles! Yo creo que para ti no hay regeneración posible, y que en esa dolencia terrible que asola a los pueblos y que lleva la disensión a los partidos he tenido gran participación!
Casi estoy por ir en contra de mis propios intereses y suspender la segunda tirada de El concejal, que el distinguido editor de Madrid don Fernando Fe se empeña en hacer para enviarla a América.
¡Dios santo! ¿Llevaré yo al otro mundo el microbio de la concejalitis? ¿No será un grave pecado, ahora que está en moda eso de la Unión Ibero-Americana, llevar esa ponzoña a las tierras descubiertas por Colón?
Sobre mi conciencia tengo el remordimiento de haber escrito El concejal. Me quise burlar de los ediles para matarlos y lo que he hecho fue crear candidatos.
¿Qué habrá que hacer para acabar con la plaga? ¿Escribir una obra en serio, diciendo que todos deben anhelar como puesto supremo uno en los municipios?
Yo me pierdo en un mar de confusiones, y me explico lo que ayer me dijo el limpiabotas mientras me servía:
–Señorito.
–¿Qué quieres?
–¿Cuento con su voto?
–¿Para qué?
–Para las elecciones.
–¿Eres agente electoral?
–No, señor, soy candidato.
Y entonces hube de exclamar:
–¡Gracias a Dios que hubo un ser que entendió mi libro! Chico, cuenta con mi voto. Tú eres mi candidato.

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