viernes, 17 de febrero de 2012

AQUILES TUERO DE ROVIGO, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA

Hay días en que aparece por Gijón Aquiles Tuero de Rovigo, viejo muchacho de las mariñas de Quintes, andariego del alma, soltero cuerpo, varón y galán del Romancero asturiano, con su color de ausencia y lejanía, que se ha puesto el mundo por montera para tomar castillos. Ha vuelto otra vez Aquiles con su gran abrigo de febrero, su traje de bolsos sin fondo, sus largas piernas tan seguras, su pelo de violinista en llamas, el hijo de su madre, el chico de su pueblo, fauno con gaita para tocar con ella sueños de quintana, y dandi universal y provinciano por Madrid y Nueva York vendiendo todo lo español. ¿Dónde está Aquiles, de dónde viene?: Aquiles Tuero de Rovigo hay días en que aparece (como se aparecía Baudelaire sobre un armario a Paco Umbral) tomando café bajo un espejo del Dindurra mientras piensa en sus cosas musicales, o se le ve por Corrida con sombrero de ala caída, llovido de varios cielos. Pero, ¿está vivo o muerto? Vivo o muerto puede hablarte en inglés o en un catalán sonoro como un soprano del Liceu. Puede echarte sus baladas o cantar un fragmento de la 'Forsa', puede convidarte a comer en el Riscal, siempre con su impar elegancia. A veces, Aquiles Tuero de Rovigo tiene algo así como la triste belleza de un atrio de Iglesia en extramuros o de un jardín con ciprés, como el de Silos, al que va mucho a curar sus hipocondrías con Raúl del Pozo, que es el columnista más genial, culto y acumulado de belleza literaria de España. Entonces, vuelve a Gijón y cena en zapatillas y calcetines de dormir en casa de Rodolfo y Carmen, donde la mar de San Lorenzo tiene balcones, y luego, hasta el alba, ve películas de estaño: Quinn, Boyer, Lamas., que fueron sus amigos. Sí, a veces, le abulta demasiado el mundo y siente la nostalgia de su llosa verde, de su mar que siempre está muy perfumado y de un 'paxo' de manzanas del paraíso (que ya no existen). De este modo, repite vuelo y viene de otros países con su vagabunda humanidad. A mí se me aparece a veces bajo la adoración de las luces de la noche de Gijón, que alargan más su figura, en las inmediaciones de la plazoleta del escritor Luis Fernández Roces. Y Luis, que vive en frente y ve las cosas visibles e invisibles, se asoma a la ventana, saca su mano a lo distante y nos saluda y bendice desde su cuarto como un papa. Entonces, Aquiles Tuero de Rovigo, erguidamente con su gracia, se quita el sombrero y devuelve el saludo al escritor. Luego, desaparece bajo el dolor de la luna o el 'orbayu' de la noche. Hasta la próxima. (Publicado en el diario EL COMERCIO, 15/2/2012)

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