miércoles, 21 de diciembre de 2011

BELÉN EN LA ALDEA, artículo de JOSÉ MARCELINO GARCÍA


Después que el belén llegara a España traído de Nápoles por la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III (esposa que, por cierto, llegó a Madrid con dos monos y un papagayo para indicar que odiaba a las corridas de toros), después de esto, el llamado belén franciscano fue adoptado como principal adorno navideño en las casas e iglesias españolas, imponiéndose (cuando todo aquello de las luchas de religión) al árbol luterano. Aquí, al lado mismo de nuestra ciudad, coronado el Alto del Infanzón, bajando hacia el llano extendido al pie de Peñas Blancas, encontramos la hermosa aldea de San Miguel. Allí, en el corazón del pueblo, después de pasar las casa de Margarita, y al lado de la de Vicente, está, en una camperita siempre verde y arreglada, la franciscana iglesia de San Miguel de Arroes, con su pórtico y espadaña, con su campana y su cruz, con su San Miguel picando al diablo encadenado, que yace a sus pies, y, por estas fechas, con su belén tal vez el más hermoso de Asturias, que el belenista José A. Braga Noval y sus amigos José Manuel Menéndez, Fernando R. Abad y José M. Guadamuro, todos ellos jubilados, amigos y compañeros de aquella entrañable Uninsa, que tanto hizo florecer a Gijón y a Asturias, van confeccionando con primor, maestría, paciencia artesana y generosidad sin límites.
Acercarse a San Miguel (que es algo así como una hijuela de Gijón) es ir a contemplar algo que seduce. Allí están ahora sus hermosos caminos de invierno, las antiguas casas de labradores y ganaderos, las corradas con montones de leña apilada para los fuegos de estufa, paneras centenarias con pegollos de bellísima piedra de grano, algún riachuelo atravesando prados y pomaradas. Y un caldo bien caliente en Casa Inés, viendo por el junquillo de las ventanas, mientras lo tomas, el sol o el granizo o el planear de los milanos sobre los gallineros cercanos. Todo eso después de visitar el belén lleno de instantes de luz, de colores, de estrellas, de caminos que van a desembocar al alma. Cada año, los vecinos de esta aldea de San Miguel lo ofrece cuantos quieran visitarlo. Y quién sabe si después de verlo vuelvas a recordar la gloría de otras cosas perdidas, el perfume de tu niñez, y retornes a la ciudad lleno de serenidad, de paz y acaso de más vida. (Publicado en EL COMERCIO, 21/12/2011)

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