viernes, 26 de agosto de 2011

UNA HISTORIA, CUANDO MENOS CURIOSA, NOS CUENTA EL PERIODISTA JOSÉ DE ARANGO PARA REIR O...

LA PITA DE CLAUDIO (Artículo de José de Arango publicado en La Nueva España)


Al histórico comercio de La Barraca de Salas la huida de un ave del gallinero le ha costado una sanción de seiscientos euros


Un mal día lo tiene cualquiera. Y una sanción te puede caer -abstenerse de recurrir porque no sirve para nada- por los motivos más estúpidos. Nuestros políticos de las alturas velan tanto por nuestra salud, por los ríos, por los prados, por el monte y por el paisaje que someten al paisanaje a una presión sancionadora que te dejan la cartera en llanta en menos de lo que canta un gallo. Pero en este caso no ha sido un gallo, sino una gallina la que le acaba de costar una multa de veinte mil duros -seiscientos euros por las dos alas- a Claudio García, con tienda, almacén de piensos, ferretería, comercio en general y despensa para cualquier urgencia y que tiene este Corte Inglés rural en La Barraca de Malleza, en el concejo de Salas por más señas, y del que recientemente nos ha contado su historia comercial mi compañero y amigo Ignacio Pulido en las páginas de este periódico. Sucedió que Claudio tiene unas gallinas en régimen un tanto liberal para disponer de huevos caseros para el uso familiar. Están en un gallinero cercano al almacén de piensos. Y un mal día una de las gallinas, que no ha podido ser identificada porque regresó a la alambrera por donde había salido, hizo una incursión por la zona de los piensos, cosa lógica si se tiene en cuenta que el grano es su alimento, con tan mala suerte que en ese momento llegó un inspector que no era de Hacienda, porque esos van directos al mostrador de la tienda a pedir los libros de contabilidad, sorprendió a la pita roxa picoteando en los granos desprendidos de los sacos, sacó la libretina de las sanciones y escribió todo lo que estaba viendo e imponiendo una sanción de seiscientos euros, que son veinte mil duros para que se entienda mejor por estas latitudes de la ribera del Aranguín. El sorprendido Claudio escribió a su vez también cuando recibió la notificación de la multa, pero el recurso no le ha servido para nada. El final de la historia es que o paga o le embargan. Si le amenazasen con requisarle la pita y llevársela para el departamento de sanciones del Principado no tendría mayor importancia, pero, aunque la gallina era el cuerpo del delito, ella no pagaba ni siquiera el coste del papel utilizado por la Administración regional para tramitar tan ejemplarizante y trascendental expediente. Y Claudio ahora vive en un mar de dudas. No sabe si clausurar el almacén de piensos, si cerrar el gallinero y quedarse sin huevos caseros, si ponerle un detective privado a sus gallinas, si dejar a la comarca sin servicio de alimentación agropecuaria, sin bar, sin tienda, sin zapatillas ni madreñas porque no merece la pena ya estar en activo. Le apetecía mucho mandarle a Lola, su esposa, echar la pita al pote con arroz, pero no pudo, ni siquiera el inspector de esta historia, identificar a la pita y tampoco podía cometer una injusticia fusilando al amanecer a una gallina inocente. Y Claudio, modelo de mesura, de seriedad, de educación, de biempensante y bien hablante, vengo notando que en los últimos días ya no es el que era. Y todo por una pita.

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