martes, 31 de mayo de 2011

Cómo explicarlo sin que nadie se ofenda. Lo más probable es que me practique el harakiri yo solita con esta manía mía de contarlo todo, de airear los trapos sucios. Pero es que me ahogo si guardo silencio. No se trata, como digo al principio, de molestar a nadie, simplemente hago un ejercicio en pro de la salud mental que tanto necesito –me refiero al ejercicio de escribir todo lo que bulle en mi loca cabecita-. Llevo cerca de 300 palabras y aún no he dicho nada. Todo se pega, porque la cosa va por ahí. Es el arte de parecer lo que uno no es, de vivir permanentemente con un barniz que, lejos de dar transparencia y brillo, enmascara miles de carencias nunca reconocidas. Algunas veces, cuando tratan de halagarme diciéndome que qué bien me expreso, pienso si me estarán tomando el pelo. Porque yo sé que lo único que hago es hilvanar palabras con, probablemente, buena apariencia pero escaso contenido. Como estoy haciendo ahora. Para ello tengo una buena escuela a mi alrededor, auténticos maestros en el arte de embaucar con tal pericia y astucia que hasta pueden parecer grandes ilustrados. Pero claro, una cosa es la galería y otra muy diferente lo que hay detrás. Y lo que hay detrás es lo que me toca cada día. Para ser sincera hasta me voy acostumbrando a esta zafiedad pseudo intelectual en la que navego. ¡Qué fuerte, apostillaría un joven! Creo que me he pasado un poco con la apreciación. Pero dicho está, y no voy a contradecirme, no vayan a decir que paso el día cambiando de opinión. Mi padre, que era sabio en consejos, me decía que lo que uno tenía que hacer en la vida era rodearse de quien sepa más que tú, porque así tienes la oportunidad de no dejar de aprender nunca. Juro que lo he intentado, pero en contadas ocasiones lo he conseguido. Por razones que desconozco –o que prefiero ignorar- siempre que topo con una persona intelectual, de las de verdad, no tarda en desaparecer de mi vida. Lo que me lleva a la conclusión de que éstas aplican el mismo sistema: se rodean de personas que saben más que ellas, y no es mi caso. No sé más que casi nadie, y cada vez tengo menos posibilidades de aprender. ¿Tendrá razón Mafalda, estaré rodeada sólo de gente? ¡Qué lástima!

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