lunes, 7 de febrero de 2011

SOBREVIVIR REBUSCANDO EN LOS CONTENEDORES DE LA BASURA


El texto que sigue lo había escrito ya el viernes, problemas técnicos en mi ordenador me impidieron colgarlo. Hoy, ya lunes, veo que El Comercio ofrece un amplio reportaje sobre el mismo tema, recomiendo leerlo. Se titula, Buscarse el pan en los contenedores de Gijón.

Hoy al regresar a casa se me ha colado por el camino la tristeza. Todo empezó por un semáforo en rojo, seguro que si no me hubiese tenido que parar no estaría tan apenada. Me situé impaciente en el bordillo de la acera y miré hacia la derecha por si no venía ningún coche atravesar la calle – como siempre- en un plis plas. Los cubos de la basura me impedían ver más allá de mis narices. Además, el recipiente estaba con la tapa levantada, una señora la sostenía en alto. Me impacienté, un poco incomodada por el tiempo que tardaba la dama en tirar la basura. Y me fijé ella. Estaba en zapatillas y se cubría la espalda con una toquilla de esas que hacían nuestras abuelas. Pero no era vieja: entre 50 y 60, año arriba año abajo, ni tenía aspecto de indigente (no digo pobre, aunque luego sospeché que puede que lo fuera), más bien se trataba de una vecina de un edificio próximo. La luz del semáforo dejó de interesarme, de hecho cambió varias veces sin que abandonara el lugar. Observé que la señora intentaba ocultar su cara, aunque seguía hurgando en el cubo. El hecho de que a esa hora haya alguien rebuscando en la basura ya no me sorprende, pero quienes lo hacen responden a unos parámetros determinados, y últimamente hasta suelo ver familias enteras, normalmente rumanos. Pero esta señora era otra cosa: aseada, aunque en zapatillas bien vestida, peinada, con un cierto aire de dama venida a menos. Y me sorprendió su afán por ocultar el rostro. Me pegué al escaparate próximo y con el rabillo del ojo traté de averiguar qué recogía exactamente. Se hizo con unas manzanas que limpiaba con el borde de la toquilla, supongo que para ver su estado; unas cuantas bolsas de fiambre, quiero pensar que desechadas por estar caducadas; y un pac de yogures. Puede que alguna cosa más, pero no indagué, lo visto fue suficiente. Observé cómo lo guardaba en una bolsa usada de supermercado, mirando a ambos lados, furtivamente, sacó una llave de su bolsillo y entró en el portal. Y empezó a trabajar mi imaginación: ¿será una viuda de las que cobran poco más de 300 euros? ¿Cobrará tan siquiera? ¿Tendrá hijos, conocerán las penurias de su madre? La noche era fría y me imagino que si no hay para comer tampoco habrá para calentarse. Me entristece enormemente que casi a la puerta de mi casa haya hambre y tanta necesidad. Estoy segura que la señora que he visto un día fue como yo, ama de casa o trabajadora, que poco importa y hoy –por razones que uno no logra entender, y menos explicar- ya somos diferentes: ella intenta vivir de la basura y yo sigo haciéndolo de mi trabajo. No sé cómo tengo la desvergüenza de quejarme: como todos los días y no precisamente de la basura, me he comprado algún caprichito en las rebajas –sin pasarme-, dos o tres veces a la semana al salir de mi trabajo voy con mis amigos a tomarme un vinito, después de comer el consabido café, salgo de cuando en cuando a comer a un restaurante –aunque sea el menú del día-, si tengo frío enciendo la calefacción y listo, calculo el dinero del que voy a disponer para mis vacaciones – humildes, pero vacaciones-. Mucho me temo que si al final de la vida he de darle explicaciones a alguien no pueda ni mirarle a la cara. Ser mileurista en los tiempos que corren no debe de ser estar en crisis, tener que buscarse el sustento en la basura sí ha de serlo. Nuestros valores, esos sí que están en crisis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario