viernes, 7 de enero de 2011

PREGÓN DE REYES, artículo de José Marcelino Garcia, publicado en el diario El Comercio

Todos los años, o casi todos, por este tiempo (tal día como hoy), me entran ganas de ser Rey Mago de esta ciudad plana y fría, de piedra y cristal, a veces con nieve, llena de oficinas y dormitorios, forjadora de horizontes de Chillida, de hornos pantaloneros con melodía de metal, y de calles comerciales por donde suenan músicas navideñas. Me entran ganas, digo, de ponerme los postizos y ser un Melchor como un almendro blanco, florecido por la ilusión de los niños. Y llegar por la mar con mis gestos lentos y solemnes trayendo de los desvanes de las islas y de las playas más remotas todos los sueños que fueron entretejiendo los levísimos pechos de los niños, todavía sin pasado. Pechos escuetos, delgados como un arpa, desde donde el niño, cuando me vea, me llame levantando su mano enguantada de colores.
En un barco de luz, cambiado yo de ropa, arribar a los muelles de enero y salir a la ciudad (sobrante de oro y plata mi cofre del tesoro), y pasar por entre los absortos ojos de los niños con mi estandarte rojo parecido a una llama alegre de aire y vida. Ir, entre el humo de las antorchas, hacia el reloj de la Torre del Reloj y hacerle sonar un carillón con música de bosque claro. Un bosque con manzanas, trenes, abrigos para la lluvia y el frío, barcos con estrella, telegramas buenos, pijamas de rayas, pianos y ventanas con vistas al campo. Y mis manos repartiendo sorpresas y regalos que no defrauden a nadie.
Despeinado de Melchor, palidísimo, envuelto en mí, dar juguetes a los niños por su buena escritura torcida de palotes, por ser tan amigos de la risa, dibujantes de casitas, soles, nubes y caminos adornados con colores mironianos, y por ser ángeles galácticos que juegan con consolas y auriculares. Ah, y también muchos juguetes por no haberlo comido todo, como hacen los mayores.
En este mes enorme, en el que el pelo cae más, los huesos duelen, las dioptrías aumentan y el sueño es una batalla. En este mes, digo, de campo triste en el que Gijón se va ir pareciendo poco a poco a una vieja ciudad, le digo, le suplico, le encarezco una vez más a mi amigo Andrés, que me deje ser Rey por una noche. Tengo larguísimas piernas para lucir bien el manto, y, desde luego, pondré luz en mi sonrisa. A cambio, yo le traeré también a él una bici con timbre, dinamo, lucecita y cambio Catalina. Por fa, Andrés., colegui, quiero ser Rey Mago antes de palmar.

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