lunes, 6 de diciembre de 2010

EL SEXO Y SU MISTERIO




ARTÍCULO DE F. DE BORJA SANTAMARÍA, PROFESOR DE FILOSOFÍA (Publicado en el diario El Comercio
El sábado, 27 de noviembre, un bar de copas gijonés organizó un espectáculo de 'striptease'al que asistieron unos cuarenta menores de 16 años, en su mayoría chicas. Ayuntamiento, asociaciones de padres y hosteleros han manifestado su malestar.
El problema va a ser explicarles a los asistentes al espectáculo -y supongo que a la mayoría de los adolescentes- qué tiene de malo asistir a un espectáculo de ese tipo, cuando tres semanas antes el recinto de la Feria de Muestras de Gijón había acogido durante todo el fin de semana un festival erótico. La vedad: no debe de ser nada fácil explicarles a los jóvenes que un espectáculo tan respetable -¿no era eso en lo habíamos quedado?- como el que tuvo lugar hace unas semanas para los adultos, sea para ellos algo prohibido y constitutivo de delito para los organizadores.
Una de las motos que se nos vendió cuando lo del festival erótico era, precisamente, que estos festivales ayudan a vivir el sexo como algo completamente natural, fuera de tabúes y de convencionalismos hipócritas; que el 'porno' y el erotismo han de ser mejor conocidos y quitarles su carga de oscuridad; que el sexo y su industria, en definitiva, tienen que salir de su armario y codearse de tú a tú con, por ejemplo, el resto de las actividades camerales. Un negocio más, en definitiva. Un negocio, por otra parte, tan antiguo como la humanidad.
El caso es que la pretendida naturalidad del sexo no acaba de funcionar. El elevado erotismo ambiental en publicidad, videojuegos, series, películas, cómics, etcétera; el hecho de que la palabra 'sexo' sea la más buscada en internet o que el 12% de las páginas web sean pornográficas, al contrario de lo que pueda parecer, no hacen sino subrayar que el sexo no es una cosa más. Lo que tiene que ver con el sexo no es de ese tipo de actividades intranscendentes como pueden ser cortarse las uñas o salir a pasear, sino que se trata de una dimensión humana muy especial; una dimensión misteriosa.
El misterio del sexo obliga a tratarlo con mucho respeto y a intuir que concierne a las capas más profundas y valiosas del ser humano y que, por tanto, debe permanecer en esa zona de penumbra y oscuridad que la humanidad siempre le ha reconocido. Tratar la sexualidad como una parcela reservada no tiene nada que ver con su demonización. Al contrario, es ponerla en el contexto de lo más íntimo y, en ese sentido, de lo más sagrado y valioso.
Sacar el sexo a la calle y ponerlo bajo los focos de la luz pública no le quita su halo de misterio y, sin embargo, lo convierte en un problema. El de crear la ficción de dar respuesta -sin darla- a uno de los mayores enigmas de la existencia humana.
Exhibir el sexo no ayuda para nada a comprenderlo ni a vivirlo mejor; y asistir a su exhibición degrada igualmente a jóvenes y a adultos.

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