domingo, 5 de diciembre de 2010


Casi todo el mundo reconoce tener una pasión en la vida. Algunas personas incluso tienen varias. La mayoría de las que me rodean han hecho de la lectura y la escritura la suya. Yo no tengo muy claro cuál es exactamente la mía. Me gustan demasiadas cosas, o soy apasionada en exceso. Tal vez por ello, no termino de encajar bien en ninguna. Por algo se dice, aprendiz de mucho, maestro de nada. No obstante, ser así –en mi opinión- tiene sus ventajas: te permite un abanico de actividades bastante amplio. Algunas veces me planteo centrarme en una: en escribir, por ejemplo, pero no termino de ver claro el camino. No considero yo que pueda contar cosas de interés. De cuando en cuando hilvano algún cuento, me divierte hacerlo. Perduran exactamente lo que tardo en cambiar de ordenador. Nunca más allá de un par de años. Pablo, mi hijo y peciatra (le he robado a un amigo la palabrita y, por si alguien no se aclara: el pediatra de mi PC) –y el artífice de tanto cambio de artilugio- me dice siempre que “salve” aquello que quiera conservar. Y hasta ahora nunca he conservado nada. Mi “carrera” como escritora comienza, más o menos, cada dos años. Así que cuando un escritor/a publica un libro y declara llevar varios años trabajando la obra, me doy cuenta de que ese no es mi camino, y tampoco mi pasión; si lo fuera, pondría más interés en conservar mis textos. Se supone que algo podría salvar. Pues no. Me gusta la música, el teatro, la pintura…, pero Dios no me ha llamado por ninguno de esos caminos. Un poco de todo, pero mucho de nada. Con siete años creí tener claro mi futuro: cantante. Aclaro: como parece ser que tenía una linda vocecita infantil, y mucha cara ya para la edad, pues me subieron a un escenario a cantar, nunca olvidé la canción: “Clavelitos”. Pero la cosa quedó ahí. Claro que he conservado mi afición al canto: en la ducha, en la cocina, mientras plancho (eso…, tiene un poco de mentira porque lo hago con muy poca frecuencia, y bastante mal, dice mi madre). Luego, un poco más mayorcita, mis papis me mandaron a clase de ballet (muy propio en mi época). No me debió de ir muy bien, porque no dejó ni huella en mi recuerdo, ni facilidad para ese tipo de bailes. Y la verdad, es que después de esos intentos artísticos, mi afición principal pasó a ser la lectura. Por cierto, nada original. Total, que me gustaría saber cuál es mi verdadera pasión y no encuentro otra distinta a leer y escribir. Lo de leer, está muy bien y no pasa por ninguna censura, pero anda que lo de escribir…Tener la cara de publicar estas bobadas y quedarme tan pancha: tiene su tela. Pero, amiguinos/as, lo vuestro es más grave: leer hasta el final…, tiene su mérito, mucho que tenéis que querer para aguantarme estos bodrios.

1 comentario:

  1. Querida Isabel:
    Aunque no has querido poner tu rostro en tu blog, yo ya lo considero como uno de los incluidos en las mil caras de tu ciudad. Que seria de cualquier ciudad del mundo sin la diversidad de las personas que la habitan: mas o menos hermosas por dentro y por fuera. De tus textos se desprende que te ha tocado sufrir lo que considero la peor de las desilusiones, que es la que nos invade cuando recibimos mentiras como traicion a nuestros sinceros sentimientos. Solo puedo decirte que considero al sufrimiento como parte de la escuela de la vida, de la cual un alma noble siempre saldra fortalecida.
    El saldo para ti es la tranquilidad de espiritu y la solidaridad de tus amigos. Inevitable para el ofensor lo amargo del conocimiento de su capacidad para golpear bajo y de su incapacidad de valorar la mayor riqueza del ser humano que radica, precisamente, en la franqueza y la bondad.
    Me encanta como escribes y creo que vale la pena que "salves" tus textos, como bien recomienda tu peciatra (acabo de descubrir por ti que mis hijos son tambien mis peciatras).
    Un abrazo fuerte y adelante,
    Loly Estevez

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