domingo, 31 de octubre de 2010

NUNCA OLVIDO A MIS MUERTOS


En la festividad de Todos los Santos debería de visitar a mis muertos, no lo hago. No quiere decir que los haya olvidado. No hay día del año en que su recuerdo no pase por mi mente. Curiosamente no por lo que me quisieron –seguro que mucho-, ni por lo que yo los quise –que no fue menos- sino por lo que me enseñaron. Siento hacia ellos una gratitud inmensa. Hacia esa mujer sabia que fue mi abuela, Sara, que me escribía versos y cuentos que aún conservo, y que igual me recitaba un poema de Machado que me cantaba una copla de la Piquer. La veo cose que te cose, en aquella vieja Singer, y canta que te canta al son del pedal. Esa su alegría llenó mi infancia de felicidad, y también con ella descubrí la inmensa tristeza que producen las ausencias. Su muerte me pilló desprevenida. Creo que fue el primer golpe duro que me dio la vida. No pasaron muchos años sin que volviera el dolor a mi puerta. Mi padre fue el siguiente. Él supo con cierta antelación que su final estaba próximo -creo que lo descubrí durante su penosa enfermedad-, sus últimos años fueron para mí una auténtica lección de vida. Me fue señalando el camino, sin palabras, con actitudes, trabajando hasta el último día, siempre dispuesto a ayudar allí donde hiciera falta -que la mano derecha no supiera lo que hacía la izquierda-. El domingo fue al fútbol a cumplir con su trabajo, el lunes me pidió desde la cama su Olivetti para escribir la crónica, y el miércoles le dábamos sepultura. Se fue con sencillez, sin hacer ruido, con la misma naturalidad que había vivido, y supo transmitir a quienes nos tocó quedar. Luego se fueron marchando el resto de los abuelos, tíos, parientes… Y mi segundo padre, Fernando. Si algo se le había olvidado enseñarme a mi progenitor, Fernando lo hizo por él. Me transmitió, entre otras muchas cosas, el amor a los libros, a la sencillez; me enseñó el valor de una mañana soleada, de una conversación con un amigo, la alegría de compartir un chocolate con churros… Nada he olvidado. Mis muertos siguen estando conmigo, aunque hoy no visite el campo santo.

jueves, 28 de octubre de 2010

RECORDANDO A SILVERIO CAÑADA, por Gonzalo Mieres

JUSTO RECONOCIMIENTO A LA BRILLANTE TRAYECTORIA COMO EDITOR DEL GIJONÉS SILVERIO CAÑADA ACEBAL FALLECIDO EN EL AÑO 2002
Gonzalo Mieres.-
Hay personas que dejan huella, pasan los años y se les recuerda por esa importante labor de promoción editorial.
A Silverio Cañada nada le era ajeno, joven y con entusiasmo, amante del libro, autodidacta, con el apoyo de su recordada esposa Tina, se prodigó en el trabajo creativo que nunca ha sido fácil, comprometido con el teatro de vanguardia, con la tertulia política y cultural, en una ciudad que demandaba actividades culturales y reivindicación. asumiendo los riesgos y dificultades que conllevaban estas acciones y la promoción editorial asturiana.

Ahora se sigue incidiendo que Gijón y el Principado de Asturias necesita imperiosamente, demanda compromisos activos, creadores de ideas, pero, como siempre, para que puedan ser viables, se deben implicar personas, crear equipos que cumplan con el deber asumiendo los objetivos, siendo eficaces en el justo a tiempo, ya que si no quedarán en cantos de sirena, predominando la insistente y cansina retórica.

Silvero Cañada ha sido un ejemplo en este trabajo que nunca ha sido fácil, un pionero, puso al Principado de Asturias en una órbita cultural, y le recordamos el primer premio del Ateneo Jovellanos a la novela ' Chuso Tornos, peso pluma', de Eduardo Alonso González , para emprender en el año 1969 el proyecto mas famoso; la Gran Enciclopedia Asturiana.
El editor César García Santiago después de pedir permiso a la familia, convoca el Premio de Narrativa 'Silverio Cañada' que no pasará inadvertido, iniciativa que pretende fomentar a autores jóvenes y con el que se rinde justo reconocimiento al emblemático editor gijonés.

Ediciones la Cruz de Grado convoca el I Premio de Narrativa "Silverio Cañada" como homenaje al editor gijonés.
SILVERIO CAÑADA ACEBAL (1938-2002)

Editor nacido en Gijón (Asturias) en 1938. Creador de Ediciones Júcar y de la Gran enciclopedia asturiana y Gran enciclopedia gallega. Con una acusada intuición empresarial y espíritu de riesgo e innovación, creó en 1967 Ediciones Júcar, que iba a alcanzar prestigio en los sectores culturales del país por sus colecciones de poesía y la emblemática serie Los juglares, dedicada a los cantautores, a las que luego sumaría otras tendencias literarias, como la colección Etiqueta Negra, de novela policiaca, y el ensayo, con libros políticos y la afamada serie de antropología. Pero su mayor éxito empresarial fue la Gran enciclopedia asturiana, una magna obra, pionera en su género en España, de la que fue uno de sus tres artífices y que, comercializada en origen en fascículos coleccionables, ha llegado a sumar 21 tomos desde su aparición en 1970 y sucesivas reediciones.
La Gran enciclopedia asturiana fue un éxito de ventas y que llevó a Cañada a emprender proyectos análogos en Galicia, primero, y en otras comunidades después. La Enciclopedia temática de Asturias y la Historia general de Asturias fueron otros proyectos ambiciosos, que lo consolidaron como el más importante editor de la región, con más de 2.000 títulos en su haber. Falleció en el año 2002.

Las bases son las siguientes:
1.- Podrán concurrir a este Premio cualquier persona con edades comprendidas entre los 18 y 35 años que presente trabajos escritos en lengua castellana y en prosa. Deberán ser originales e inéditos.

2.- La temática y el contenido de los trabajos será libre, pudiéndose presentar más de un trabajo por autor.

3.- Cada trabajo deberá tener una extensión mínima de 100 páginas y máxima de 200, han de ser originales e inéditos, en Tipografía Arial, Times new Roman o Garamond, cuerpo 12 y con espaciado de 1,5.

4.- Los trabajos se presentarán por cuadruplicado, bajo un lema o seudónimo, acompañado de un sobre cerrado en el que conste el lema en el exterior y en el interior los datos del concursante: nombre, apellidos, domicilio, teléfono/s, email y una breve reseña biográfica.

5.- El plazo de admisión de los trabajos finalizará el viernes 28 de septiembre de 2011. El envío de originales se realizará por correo certificado a la siguiente dirección:

I Premio de Narrativa "Silverio Cañada"
Casa de Cultura de Grado
Biblioteca Municipal "Valentín Andrés Álvarez"
C/ Cerro de La Muralla, s/n
33820 Grado- Asturias (España).

Otra opción es a través de internet donde se enviarán dos archivos: uno con la obra que se deberá titular como la misma y otro con la plica que se llamara "plica [título de la obra]" en la que deberán figurar los siguientes datos: nombre y apellidos, nacionalidad, dirección, teléfono y cuenta de correo electrónico. El email al que tienen que mandar las obras es el siguiente: edlacruzdegrado@yahoo.es

6.- El jurado estará compuesto por miembros designados por Ediciones La Cruz de Grado. El fallo del jurado, que será inapelable se hará público en rueda de prensa que será anunciada con suficiente antelación; asimismo, se comunicará personalmente al premiado.

7.- El premio será único, dotado con seiscientos euros (600 E), placa conmemorativa, diploma y publicación de la obra.

8. La entrega del premio está prevista que se celebre en un Centro Cultural en Gijón (Asturias) y el autor tendrá que estar presente en dicha entrega a finales de 2011.

9.- Ediciones La Cruz de Grado se reserva la facultad de publicar en exclusiva la edición de la obra premiada y además de el premio en metálico al ganador se le abonarán el 10% de los derechos de autor.

10-. La participación en este Premio supone la aceptación de estas Bases.

miércoles, 27 de octubre de 2010

OTOÑO POR EL PARQUE, artículo de José Marcelino García


El parque de la Católica Reina, jergón, en este tiempo, de hojas de oro donde cantan el raitán y los pájaros migratorios, con 'freakis' haciendo 'footing' y mendigos de banco y soledad abierta, es el Hyde Park gijonés. Puedes encontrar en él un chino de «todo a cien» haciendo taichí o un antiguo trabajador de la naval, ahora sin 'gomeru'. Puedes encontrar un hombre que se acerca a mirar las papeleras y va sacando de su fondo un plástico con patatitas, un periódico atrasado, un trozo de bocadillo, un pañuelo con un borrón de barro, un botellón de refresco lleno hasta la mitad. Puedes encontrar rumanos hablando con voz dura, troquelada y sonora, y niños y niñas comiendo su meriendas de York, entre carreras y gritos. Hay ardillas de Disney que van y vienen por la anatomía de un árbol, y miran, igual que los perritos de las praderas (si bajan al suelo), el pasar depredador de los bípedos mamuts. Hay mucho Alatriste llevando un perro, mucha ave exótica, pato salido, jaula con canarios, bustos con historia, y hasta una isla alborotada de gaviotas.
Con luna de mapa, desciende sobre el parque la noche farolera y municipal, y salen los pícaros, los espadachines, los tigres, los gatopardos, los palomos buchones, los dolientes y silenciosos, también, a pasear su soledad. Entre las sombras de plata, hay ninfas, giocondos y figuras rarísimas. Y una erótica vegetal (de lince), que, a medida que avanza la noche, se va haciendo más espesa, más callada, más vertical y desnuda. Erótica movible, silenciosa y perfumada, que, en su apogeo, cae en goterones de savia, en poluciones de miel y flores entre la tierra y las raíces.
Y la movida adunada y adolescente que suena por los jardines de este palacio oscuro, por entre este vergel botánico y solitario en noches de viernes y sábados. Humo y Absenta es el fuego de una generación muy joven, con fiebre de música, besos, coca y esnifes subiéndoles, como un turbión de platino iridiado, hacia la cabeza hasta quemarlos.
Llueve en el parque, y yo estoy dentro. Escucho la soledad del agua cayendo sobre este texto de árboles, pájaros, hombres, niños, pasiones y penas. Que nadie toque nada, por favor. (Publicado en el diario EL COMERCIO)

martes, 26 de octubre de 2010

HOMENAJE AL ESCRITOR LUIS FERNÁNDEZ ROCES EN EL ATENEO JOVELLANOS


El MIÉRCOLES, día 27 de OCTUBRE, a las 19,00 horas, se homenajeará al escritor LUIS FERNÁNDEZ ROCES en el Ateneo Jovellanos. El periodista FERNANDO DEL BUSTO hablará de la vida y obra del escritor. Presentará el acto el poeta y también escritor, José Marcelino García.
Más información: www.elateneo.es
LA ENTRADA ES LIBRE

miércoles, 20 de octubre de 2010

LAS ÚLTIMAS LETRAS DE CLARÍN


José Luis Campal
(Real Instituto de Estudios Asturianos)

Al alborear la mañana del 13 de junio de 1901 expiraba en Oviedo, su ciudad adoptiva, el literato y crítico de proporciones más giganteas que ha dado Zamora a toda la literatura española: Leopoldo García Alas y Ureña, para la posteridad Clarín, nada menos y nada más. A partir de entonces despegaría, primero con timoratas prevenciones de orden religioso y estético, y a partir del medio siglo pasado ya de un modo irrefrenable, la gloria póstuma y definitiva del artífice de «La Regenta» y de una ingente cantidad de excelentes cuentos que, con el transcurrir del tiempo, no dudo superen con creces a su otra aportación novelesca y a buena parte de su labor crítica, demasiado mediatizada por fobias y filias personales. Esa pujante corriente de reconocimiento se galvanizó en el comienzo de este nuevo siglo con el proyecto editorial de sus Obras Completas y en la tercera biografía del catedrático de Derecho, después de las realizadas por Juan Antonio Cabezas y Marino Gómez Santos.
Sin embargo, ni en el tomo correspondiente a los artículos de 1901 ni en la nueva incursión biográfica hemos visto las que quizá fueron las últimas cuartillas, inconclusas por el asalto de la muerte, que Clarín dejó en su gabinete de trabajo destinadas a una de sus «Revistas mínimas», que insertaba, desde el 26 de mayo de 1888, el diario político madrileño «La Publicidad». No se han perdido dichas cuartillas postreras porque, al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, el rotativo ovetense «El Progreso de Asturias» dedicó el 13 de junio de 1902 sus dos primeras páginas a homenajear al escritor desaparecido. El año anterior, ese mismo periódico republicano de orientación liberal había consagrado su número del domingo 16 de junio a glosar la figura de Alas, para lo cual reclutó las opiniones de una veintena de autores, entre los que se citaban, entre otros, G. de Azcárate, Melquíades Álvarez, Rogelio Jove y Bravo, Alfredo Alonso, Eusebio Blasco, José Ortega Munilla o Fermín Canella.
En esas letras de despedida que vieron la luz en su cabo de año, Clarín fulmina, con una rabiosa gracia, la pedantería y falsedad imperantes en los ambientes literarios de hace una centuria, y que viene a ser hoy día prácticamente la misma miseria. Como estimo que no deben olvidarse, reproduzco a renglón seguido estos breves párrafos: «Muy escasa, muy lánguida es nuestra vida literaria, si se atiende a su movimiento ordinario, si se estudian sus “Anales”. Temporadas hay en que parece que nadie piensa para nada en las letras; a no ser esos beneméritos principiantes que, llenos de fe... en lo venidero, se lanzan al piélago inmenso de la indiferencia universal en la pobre carabela de un tomito de versos, “libertarios” o a la medida, o en el frágil esquife de una novela, ora naturalista, ora simbólica... ora pornográfica. La crítica tampoco rebulle. A esos novelistas no comprendidos les dan bombos los amigos Sainte Beuves temporeros; y otras veces, las más –esto va siendo lo más corriente y es lo más sencillo–, se los dan ellos mismos. Y hemos progresado tanto en esto de la autocrítica y del autobombo, que la costumbre es ya que el autor de uno de esos libros haga que le den un banquete sus entusiastas, que son sus íntimos y sus parientes. El banquete, claro, lo paga él. Pero, aun con todos estos artificios, poco les dura la ilusión a los neófitos, y así, el número de los desengañados, y que huyen de la imprenta como gato escaldado del agua fría, es infinitamente superior».
En ese mismo ejemplar del viernes 13 de junio de 1902, ocuparon las columnas del rotativo, para rendirle tributo, figuras de primer orden como Félix de Aramburu, Giner de los Ríos, Adolfo Á. Buylla, Adolfo Posada, Aniceto Sela, Ramón Pérez de Ayala (confesaba compungido que aún creía «ver los despojos de aquel gran espíritu, del más grande tal vez de cuantos han influido en mi alma, en esta pobre alma que llora todavía su orfandad espiritual») o el sabio alicantino Rafael Altamira, el cual no escamoteó elogios para el polémico agitador de conciencias: «Tenía Alas condiciones naturales excelentes: ingenio, intuición poderosa, gracia y donaire castizos, fantasía y un exquisito buen gusto, afinado por lecturas variadas y selectas. Pero excedió a casi todos en originalidad de pensamiento, en franca y honda independencia, que ni era fingida y superficial, ni obedecía a sentimientos de orgullo, que conducen a una libertad desarreglada, completamente caprichosa».
No faltó a estas exequias ilustradas el poeta bilingüe (castellano-bable) José Quevedo, quien depositó a los pies del amigo malogrado un sentido soneto en español, y con referencia final a Luis Bonafoux, titulado «13 de junio» y que decía así: «De la verdad eterno enamorado, / como algo que es de Dios, tal fue tu vida, / que, en empresas de amor con tu querida, / pronto rendiste el cuerpo desmedrado. // Pero alienta tu espíritu esforzado / en las puras regiones donde anida / esa misma verdad tan requerida, / a la que aquí viviste subyugado. // Al dejar este mundo mentiroso, / un rumor agitó la España entera / como en honra del sabio virtuoso; // y ocurrió, por tu dicha, de manera / que llegase al lugar de tu reposo / la baba del reptil... ¡tu honra postrera!».
Quedaron así reunidas las últimas letras de Clarín y aquellas otras que le dirigieron sus colegas y amigos y que él ya no pudo degustar.
José Luis Campal
(Real Instituto de Estudios Asturianos)
(Publicado en el diario LA OPINIÓN DE ZAMORA, 4 de octubre de 2010 )

lunes, 18 de octubre de 2010

DOMINGOS POR EL RASTRO, artículo de José Marcelino García


EL BARRO
A medida que sus mujeres envejecían, sus dueños se iban muriendo y su mundo se iba disipando en algo nuevo que venía, el barro se fue haciendo un objeto solitario. El barro, los barros, están ahora arrinconados en esta cultura del refinamiento y de la nada, de las noches de plástico, botellón y ocio inconsolable. En un mundo que no es el suyo, el barro se ha ido llenado de herrumbre, como menaje inútil poblado de cosas ausentes.
En este nido de intemperie que es el Rastro, hay un lirismo de los objetos de barro como nostalgia de algo bueno perdido que todavía se añora. Maestro de la imagen, el hombre ha pasado casi toda su vida fabricando cosas con el barro, aprendiendo a moldear con él (feble como es), dioses y reyes, ángeles y demonios, a los que transfería su espiritualidad, llenándolos de la solidez de las cosas irreales y fantásticas. Así, el barro, como un viejo camarada, fue ganando la tierra y el cielo para el hombre, acompañándole en sus buhardillas y llares, en sus cabañas y casas de paja y piedra. Por eso, el barro huele a bisabuelo, a filosofía inclinada hacia lo más hondo del tiempo. Barro obrero y labriego, recipiente cotidiano de vecindario antiguo, vaso alfarero de las viñas ancestrales, último romántico de noches españolas por colmados y mesones de Luis Candelas, ese genial bandido que estuvo en Gijón. Aquí, en este Rastro costero, encuentras alguno de estos viejos amigos: un botijo desertizado de agua; una cazuela de madre antigua; una jarra blanca del Rayo pintada de azul, del tiempo de las lecheras; un barro negro asturiano de Miranda para beber por él la salud del agua; una fuente de una época en la que se depositaba el pescado deslumbrante de los boteros o se horneaban, lenta y melancólicamente, manzanas de balsaín; un puchero, en fin, de Faro, todavía no enterrado por los dioses electrónicos.
Así están los barros por el Rastro de Gijón. Los puedes encontrar con la misma sorpresa con que se descubre la alfarería en la barca sepulcral del faraón. Y si los compras y llevas a casa, guárdalos con fervor, porque tienen el alma vieja y noble de la tierra, nuestra verdadera madre. (Publicado en el diario El Comercio)

domingo, 17 de octubre de 2010

PALABRA DE SILENCIOSO



ARTÍCULO DE JOSÉ LUIS ARGÜELLES
(Publicado en La Nueva España)
Quienes conocen bien a Luis Fernández Roces se ven obligados a recurrir al oxímoron si les pedimos que definan al escritor con un breve trazo: es un silencioso lleno de palabras. Y es que en el autor de algunos de los mejores cuentos del último medio siglo de literatura española, al que la ciudad acaba de dedicar una placita sin estatua pero con acacias y palomas, al pie mismo de la iglesia de los Capuchinos, es, sobre todo, un escuchador, alguien que sabe aquilatar muy bien las sonoridades de la vida -y de la lengua castellana, claro- en la balanza de la página en blanco. Y añadimos, además, que es un narrador de mirada profunda, cuajada de luces y melancolías, con la que ha acertado a desvelar los asuntos de sus historias, a contar -y también a cantar- las ficciones y verdades de sus libros: seis novelas («Ven y arrójate al mar», «La arena de los ciclos», «El buscador», «La borrachera», «Diálogo del éxodo» y «El paraje escondido»), una veintena de relatos agavillados en «De algún cuento a esta parte» y «Ageón», así como bastantes versos que, por ahora, ha reunido en dos colecciones de poemas: «Viejos minerales» y «Letras de cambio».

Un silencioso, pues, que ha escuchado mucho y ha visto mucho, hasta amasar una prosa y encontrar una música que destilan un estilo, una forma de estar en el mundo, de comprender el mundo. Luis Fernández Roces ha volcado en su escritura, siempre ceñida, un humanismo de mirada compasiva e inquietudes existencialistas. Es, para qué vamos a darle más vueltas al sonajero de los elogios y a la matraca del apunte crítico, uno de los grandes escritores asturianos vivos. Y si la proyección de su figura literaria más allá de Pajares es menor de lo que merece se debe, sin duda, a su alejamiento de los círculos donde se apandan muchas famas, a la sencillez de su manera de entender el oficio y a cierta miopía crítica que ignora o desprecia cuanto no pasa por los focos de Madrid y Barcelona.

Aun así, perspicaces y ecuánimes antólogos como Francisco García Pavón y Medardo Fraile -excelentes narradores, también, ambos- lo han incluido en sus imprescindibles «Antología de cuentistas contemporáneos» y «Cuento español de posguerra», respectivamente. Y son muchos los jurados que han visto en este francotirador de provincias, en este honesto y humilde constructor de ficciones y endecasílabos, a un escritor de raza merecedor de premios más o menos importantes, del «Hucha de oro» al «Asturias» de las Letras.

Luis Fernández Roces nació en Pumarabule (Siero) entre dos guerras, la Revolución asturiana de 1934 y el golpe militar de 1936 que provocó la contienda civil española. Hijo de un minero del pozo Mosquitera, su retina aún sigue calzada por las imágenes infantiles de un mundo duro de trabajo, injusticia y derrota. Desde su casa de niño veía el trajín de los relevos mineros, el cangilón con el sudor de los días. ¿Qué decide la vida de un hombre? Recuerdos así. Y quizás, en este caso, el hallazgo de un puñado de polvorientos libros en el hórreo familiar. Y entre ellos «Un capitán de quince años», de Julio Verne, cuyas agitadas líneas abrieron al púber e incansable lector de las historias que contaban los periódicos de la provincia el cofre del tesoro de la literatura.

Después vendrían las tardes en la Biblioteca de Carbayín, heredera de la de Saús, donde dicen que llegó a conferenciar Unamuno, las lecturas desordenadas (también de filosofía), los consejos de Alfredo Rodríguez y los primeros escritos, en 1949, unas crónicas futbolísticas del Santiago de Carbayín que publicó LA NUEVA ESPAÑA. Y también la afición por el teatro.

Luis Fernández Roces llegó a Gijón en 1954, después de cursar parte del Bachillerato en La Felguera y completar en Valladolid los estudios de practicante. Y a la sanidad dedicó toda su vida laboral, hasta su jubilación en 1989. Primero en el Hospital de Cruz Roja, en la calle Uría, muy cerca de su domicilio y de la plaza que ahora lleva su nombre; después de 1965, en Ensidesa. Casado y con dos hijas, durante décadas compaginó su profesión con su vocación, el tensiómetro con la pluma. Aún hay quien lo recuerda tecleando en «la errabunda» (el nombre con el que sus amigos bautizaron la máquina de escribir con la que el narrador andaba de aquí para allá) durante las largas noches de guardia, en el dispensario de la siderúrgica. Ahí escribió, por ejemplo, el largo y denso monólogo de «La borrachera», un aguafuerte gijonés en el que el médico Sotero Granda convoca a los vivos y a los muertos durante una lúcida noche de alcohol y desnudamiento verbal.

Si le preguntan, responde que su obra preferida es «El buscador», pero dicen que aún tiene una novela pendiente, escrita ya en su cabeza. Y muchos de sus lectores esperan que la fidelidad de Luis Fernández Roces a las palabras gane la partida, una vez más, al silencio.

viernes, 15 de octubre de 2010

EN ESTA PLAZA NAZCO UN POCO CADA DÍA


El escritor sierense afincado en Gijón agradece «ruborizado» el homenaje del Ayuntamiento y de la profesión

LUIS FERNÁNDEZ ROCES DA NOMBRE AL ESPACIO SITUADO FRENTE A LOS CAPUCHINOS

Fue el de ayer su «instante feliz», ese con el que conseguirá «ser feliz siempre». Porque no todos tienen el honor de «ver tu nombre presidiendo un espacio público» y ese espacio, además, es casi lo primero que ve todas las mañanas. Luis Fernández Roces sí tiene ese honor, porque desde ayer, ya de forma oficial, la plaza situada frente a la iglesia de los Capuchinos lleva su nombre. «Ruborizado», acudió a una inauguración que se convirtió en acto de homenaje, encabezado por la alcaldesa, Paz Fernández Felgueroso, y el concejal de Cultura, Justo Vilabrille.
Reconoció Felgueroso la justicia del homenaje por la «larga y fructífera trayectoria» de quien definió como «un maestro del cuento» que, pese a todo, «no le gusta darse importancia. Los demás sí debemos dársela». Y así lo hicieron los presentes. Principalmente, José Marcelino García, colaborador de EL COMERCIO y uno de los impulsores de que un espacio público de Gijón llevara el nombre de este escritor nacido en Pumarabule (Siero) en 1935, pero gijonés de adopción desde hace medio siglo. García elaboró un perfil de «uno de nuestros mejores prosistas y poetas», «escritor de raza, maestro del relato», que camina por la vida «encorvado, como esos hombres a los que les pesa muchísimo el corazón» y que de esa forma «se asoma desde hace tiempo a esta plaza para ver a través de ella la vida que va pasando».
Lo admitió después del propio Fernández Roces bajo la placa que le da su nombre a este «rincón de paz tan familiar para mí», casi su tierra natal, aseguró, donde «nazco un poco cada día, cuando abro las ventanas del amanecer. Aquí veo pasar las estaciones por estas dos acacias y sentarse los días a descansar en estos bancos».
En ese lugar que incluso se ha comprometido a mantener en perfecto estado le acompañaba ayer su familia, así como numerosos representantes de la vida cultural y literaria de la ciudad. «Ruborizado y culpable», recibió «este honor» y los aplausos del pintor Carlos Roces; del presidente del Ateneo Jovellanos, José Luis Martínez; los escritores José Antonio Mases, Antonio Merayo, Humberto Gonzali, Aurora García Rivas y Ricardo Pochtar y el también colaborador de EL COMERCIO Joaquín Fuertes, entre muchos otros. La plaza es, desde ayer, un poco más suya

(Publicado en el diario El Comercio. Foto, de Joaquín Bilbao. Texto, de O. Esteban)

miércoles, 13 de octubre de 2010

CARLOS PENELAS PRESENTA UN LIBRO

Os recomiendo la actividad cultural que sigue. La información me llega de mano de mi amiga la escritora y poeta, Aurora García Rivas. Y todo aquello en lo que interviene siempre es interesante. Así que el próximo viernes, a disfrutar de la Antología personal de Carlos Penelas.

El próximo viernes 15 de octubre, a las 19H.30’, en la Sala de Conferencias del Centro de Cultura Antiguo Instituto (Cl Jovellanos, 21), el escritor argentino Carlos Penelas presentará su libro Antología Personal. El acto está organizado por el Ateneo Obrero de Gijón y L’Arribada.

El último libro de Carlos Penelas, Antología personal, es una selección que incluye poemas de todos los libros, plaquettes e inéditos de Carlos Penelas y conmemora los cuarenta años de la publicación de su primer libro, Poemas del amor sin muros (1970).

Carlos Penelas (Buenos Aires, 1946) cursó estudios en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, donde siguió el profesorado en Letras. Esta misma Escuela le concedió en 1977 el premio “Arturo Marasso”. En la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires cursó Historia del Arte y Literatura.
Colaborador de Propósitos, El contemporáneo, Bibliograma, Reconstruir, Pliego de Poesía, Diario Armenia, El Libertario, Diario Galicia, Diario Río Negro, La Vanguardia, Ciudad Libre, revistas literarias nacionales y extranjeras, etc., ha ofrecido numerosas conferencias en centros culturales y universitarios, de Argentina, Galicia y Madrid. Ha sido también jurado de premios literarios, organizador de homenajes a escritores, crítico literario, director de talleres literarios, conductor de programas radiofónicos culturales, etc. Ha participado en mesas redondas y ha sido invitado a congresos y otras actividades, siempre relacionadas con su oficio de escritor.


La entrada es libre.


Ateneo Obrero de Gijón

martes, 12 de octubre de 2010

INAUGURACIÓN OFICIAL DE LA PLAZOLETA DE LUIS FERNÁNDEZ ROCES

Sería estupendo asistir.

El próximo día 14, jueves, a las 12.00 h tendrá lugar la inauguración oficial de la Plazoleta del escritor Luis Fernández Roces, situada entre la Avda. de la Costa y las calles Uría y Luciano Castañón (frente a la iglesia de los Capuchinos)
Intervendrán:la alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso,el escritor José
Marcelino García y el propio Luis Fernández Roces.

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LA PLAZA DE LUIS, ARTÍCULO DE JOSÉ ANTONIO MASES (Publicado en el diario El Comercio)

La plazoleta se acomoda a las cualidades de Fernández Roces. No es ni ampulosa ni llamativa. Se trata de un espacio recogido y casi pobre, pero lleno de esa singular grandeza que reina en lo humilde

Gijonés nacido en Carbayín, narrador y poeta multipremiado en los certámenes literarios más relevantes del país, ciudadano sencillo y afable, Luis Fernández Roces ya tiene una plaza a su nombre en la ciudad de Gijón. El dueño de una prosa limpia que ahonda en los entresijos del alma humana y se compromete con las zozobras, las incógnitas y la desconcertante aventura de vivir; el amaestrador de versos empapados de soledad -la soledad «que guardan las criaturas humanas», como él nos recuerda al evocar las palabras de Rilke-, preguntas y secretos eternos, recibe una recompensa más entre las que han cosechado sus relatos magistrales, donde no falta nada, donde no sobra nada. Este excelente contador de historias recibe ahora una acertada prueba de amor por parte de quienes han visto cómo su vida cotidiana enraizaba en la ciudad que él ha querido hacer suya. Plaza o plazoleta, es lo mismo, este espacio público emplazado en el área de Los Campos, frente a la iglesia de los Capuchinos, es el ámbito idóneo para que se haya convertido en el reducto de un homenaje de gratitud a un gran personaje como Luis, cuya vida ha transcurrido casi íntegramente en la ciudad. Y, por cierto, habitando una casa situada a pocos pasos de la plazoleta que hoy se le dedica.
Los que tenemos el privilegio de compartir amistad con Fernández Roces y entendemos que la justa distinción que le tributa el Ayuntamiento gijonés habrá sido recibida por él con agradecimiento, pero también con ciertos atisbos de sonrojo y cordial incomodidad. Luis, hombre modesto y carente de la menor señal de vanagloria, podría considerar que muchos de estos reconocimientos suelen sobrevenir revestidos de un ropaje acomodaticio, más o menos inclinado a fluctuaciones coyunturales. Pero no ignora el escritor, ni ignoramos nosotros, que nada debe considerarse más alejado de aquéllo que la razón, la circunstancia y la honestidad con que a él se le rinde este honor.
Llama la atención el hecho de que Fernández Roces haya aguardado la plena madurez -víspera de una vejez que se adivina reposada y fértil- para abordar con fruición una de sus más queridas experiencias creativas: el ejercicio de la poesía. Es sabido que todo escritor en ciernes es proclive al recurso del verso, en la creencia de que esta fórmula de expresión puede ofrecer más posibilidades. Nada más engañoso, porque la función del poeta más parece corresponder a un oficio de veteranía, estado de gracia hacia el que los escritores han de avanzar poco a poco, a lo largo de un costoso recorrido de purgas, ilusiones arrumbadas en la cuneta y un buen caudal de puñaladas, tantas veces ocultas detrás de un gesto amable, que la mano del tiempo les va asestando en el corazón de los sueños.
Esta plazoleta de Los Campos se acomoda justamente a las cualidades de Luis. No se trata de una plaza ampulosa ni llamativa. No es una plaza ornamentada con parterres, estanques, gárgolas y rosaledas. Por el contrario, se trata de un espacio recogido y casi pobre, pero lleno de esa singular grandeza que reina en lo humilde, como ocurre con el propio espíritu del escritor. Se hallan, eso sí, en esta plazoleta de Los Campos -en vísperas de ser bautizada definitivamente con el hombre de plazoleta del Escritor Luis Fernández Roces- todos los atributos pertinentes al caso: un par de árboles añosos, una farola en el centro del espacio rodeado de un racimo de bancos de madera, un retazo de césped melancólicamente ajado, una papelera y, como es de rigor, la consiguiente porción de palomas picoteadoras a la rebusca de las migas de pan que los jubilados van retirando morosamente, con la delectación de estar cumpliendo un ritual, de los bolsillos donde también guardan los caramelos de menta contra la tos. Y, en los aledaños de la plazoleta, la parada del autobús, la iglesia y el viejo quiosco de prensa, cromos y golosinas. Además, a la llegada del invierno se instala en la acerca de la vecina calle de Uría un puesto de madera donde una mujer embute en cucuruchos de periódico las castañas asadas, olorosas y tibias, que ella promociona como valdunas de Ribera de Arriba o de los montes del Bierzo.
Los que conocemos bien a Luis estamos persuadidos de que, cuando el azar cotidiano le lleve a caminar por la acera de su plazoleta, quizá no se sienta capaz de rehuir un inoportuno sentimiento de turbación, e inclinará al suelo su noble cabeza romana llena del blancor que le han venido trayendo los días y los desvelos en que buscó, y supo hallar, prosas hermosas y versos emotivos.
Creemos, sin embargo, que en el devenir de un día cualquiera, cuando el escritor se encuentre recluido en su casa, a muy escasa distancia de la plazoleta, acaso sienta el impulso de asomarse a la ventana, descorrer el visillo que ha colocado su esposa y dejar escapar una mirada furtiva -sin más interés ni complacencia que los que puedan buscarse como alivio en un pasajero momento de hastío o soledad-, hacia la pequeña plaza donde juegan, lloran y ríen los niños de cada tarde, donde picotean las ávidas palomas y donde departe una pareja de ancianos, uno de ellos con el ejemplar de EL COMERCIO encajado en el bolsillo de la gabardina sobada, el otro con las manos arrugadas y temblonas sobre el bastón. Esa mirada hecha desde la ventana, sin que nadie lo note, es todo cuanto necesita Luis para pasear una mirada breve por el escenario del mundo, resumido en la plazoleta, e ir madurando así el embrión de otra novela, de un nuevo cuento o de un poema

JOSÉ ANTONIO MASES, escritor.

martes, 5 de octubre de 2010

EL BURRO DEL SEÑOR ALCALDE, artículo de Francisco Prendes Quirós


Venturas y desventuras de «Lorenzo», el pollino que en 1877 alegraba los paseos del Gijón de la época

Hubo un tiempo en que por las calles y las plazas de Gigia, Xixón para los bilingües, Jijón para los poetas, Gijón para el común de los mortales, abundaron los burros de carga y paseo.

Burros grises y pardos; burros jóvenes y viejos. Y, además, en la cuadra de cada casa de las veintiséis parroquias rurales, sesteaba, por lo menos, el burro de bajar al mercado los domingos..., el que esperaba para hacer el regreso a la puerta de San Pedro, el terminar de la misa de 12.

Y en los maravillosos jardines de los Campos Elíseos un burro pardo, peludo y suave, de ojos color de azabache, tiraba delicadamente del carro que hacía el paseo de las delicias infantiles, a real el viaje... Y aquí quedo, por no traer a cuento a los «burrinos» que aprendían, a base de muchos palos, sus primeras letras en el Colegio del Rosario, que el fiero don Justo García Fernández regentaba en la calle de los Moros.

Corrían los tiempos gloriosos del inicio de la explosión industrial. Los muelles bullían de embarcaciones de vapor y vela de todas las naciones, que por riguroso turno cargaban y descargaban sus mercancías. Por la calle Ancha de la Cruz, de ida, o de regreso, a/o de las dársenas, era incesante el desfile de los humildes «equus africanus», de los briosos «equus» de tiro, y de los callados bueyes de arrastre...

Calle Ancha, piso de tierra, barro en invierno, polvo en verano; por donde antes había huertas, habían brotando mil casas, casi todas con comercio o almacén en el bajo, y vivienda en el piso y la buhardilla... y durante todo el día, impidiendo el merecido descanso vecinal, como «moto de guaje», el fragor infernal del ir y venir de vendedores, burros, carros y carretas...

La autoridad bautizó la «rue», como calle Ancha, en comparación a las estrechas de Cimavilla, y de la Cruz por el tormento del continuo «estrépito» mercantil... Luego, la llamamos Corrida.

Sin apenas nadie saberlo, a primeras horas de la tarde del 10 de agosto de 1877 del vapor «Asturias», de la bandera de «Melitón González», que mandaba el joven capitán Nicanor Piñole Ovies, desembarcaron un burro blanquísimo, ejemplar selecto de la familia de los burros blancos de Alejandría, al que esperaba en el muelle con los brazos abiertos y su criado, también albino, el benefactor de la villa don Eustaquio García Blanco, rico, soltero y devoto...

Fue la sensación del mes, y de muchos meses más. Aquella misma tarde, el asno, al que por la fecha de su llegada, don Eustaquio bautizó como «Lorenzo», quedó cómodamente instalado en su hermosa posesión de Castiello.

Corrió la voz, y allí acudieron, por ver el curioso animal, amigos y familiares. Y hasta tal punto creció la curiosidad popular por «Lorenzo», que el propietario-benefactor se vio obligado a ordenar que bajaran cada mañana con el pollino al centro de la villa, y para su lucimiento encargó un lindo carro a la portuguesa en la ebanistería que Rufino Suárez tenía en la calle Corrida.

Día tras día, paseaba «Lorenzo» su carrito y su donaire por las cinco calles y las dos plazas de la Gigia, al cuidado de Bernardo Suárez, cabo de los serenos. Fue tan grande la expectación y tal el cariño que el burro alejandrino despertó en niños y señoras mayores que a los pocos meses el Alcalde en propiedad, don Jacinto Díaz Pérez, buen hidalgo, se vio obligado a «municipalizar» el borrico de don Eustaquio, que pasó a ser popularmente conocido por todo Gijón y veraneantes de Oviedo, como «el burro del alcalde». Municipalizado «Lorenzo» con su carro, comenzó a vérsele, menos en los plenos municipales, en todas los saraos y fiestas oficiales del municipio, siempre, por su seguridad, en compañía del cabo Suárez, que hacía de su escudero...

Ora portaba «Lorenzo» en su carrito portugués a las tiernas infantas; ora, por su fiesta, trasladaba del «forno» de Angelón al Campo de los Valdés el ramo de San Pedro; ora desfilaba gozoso, seguido de cien chavales, a la cabeza de las comparsas de los carnavales; o por Navidad, portaba en su carrito mil regalos de Piquero para los hijos del sufrido gremio de los labrantes...

Y así, años. Veinticuatro años, bien descansados, a pesar de la espina venenosa con la que una tarde se pinchó en el rosal municipal, pasó «Lorenzo», el burro blanco de Alejandría al servicio del Consistorio de Gigia, a cuatro pasos del Ovetum famoso, en su papel de «el burro del señor alcalde»; mientras que sus congéneres, molidos a palos por sus amos, dejaban tiras de «lomo» entre las envidias de los carreteros y los furores de los genoveses...

Don Eustaquio no dejó de repetirlo hasta el día mismo de su inesperada muerte en Madrid: «Para hacer bien "el burro del alcalde", hay que ejercer en tierra de simples, y haber nacido blanco y con suerte». «Lorenzo», lejos de la vida municipal, terminó sus días sin cascos, y en la cuadra privada del señor de la Torre.

Decían quienes bien le conocieron, que nunca se había acostumbrado a vivir fuera de los focos municipales... Una tarde murió sin darse cuenta. «No acaba más dulcemente un bello día de verano», hizo saber el señor Torre al Consistorio... Et sic per omnia.
Francisco Prendes Quirós (Publicado en el diario

sábado, 2 de octubre de 2010

DOMINGOS POR EL RASTRO, artículo de José Marcelino García


PLANTAS Y FLORES

De este firmamento de vidrios y encajes, de libros y cosas, de esta rinconada de objetos que se esparcen derribados de vejez y de tristeza, hay unas parcelas de verdor llenas de un motín de plantas y flores que surgen aquí y allá, y van diciendo, a lo largo del año, que ha llegado el otoño, que ya está aquí el verano, que es tiempo de plantar o tiempo de los queridos muertos, adviento o navidad.
En el tránsito por esta movible arqueología de buhardilla, encuentras, como un flash, macetas de plástico negro con rosas blancas, rojas y amarillas, descendido (igual que el 'Ángelus' de Juan Ramón) sobre la herrería magra y astrosa del Rastro. Te tienes que agachar, doblar la rodilla para mirar este cielo profundo y perfumado, para tocar, con cautela de ciego, y contemplar, con reverencia, esta menuda levedad de tiestos con la flor de cada cosa, de cada tiempo, de cada sitio o rincón.
Uno va preguntando los nombres de toda esta botánica lilial y jardinera, y, a la vez que lo hace, parece que se va contagiando de la salud de los narcisos, de la blancura de las celindas, del fragor de los colores de hortensias y agapantos azul espeso. Cada domingo, uno quisiera estrenar un jardín nuevo, un huerto enverdecido de prímulas y hierbaluisas, un bordado de hierbas olorosas para extenderlo por su vida (como alfombra de moro) igual que si fuera un atrio de paz y de consuelo.
Es la vegetación del Rastro, la arborescencia entre cuchillos, latones y chatarrería. Es el limpísimo beso de las flores, fragmento breve del eterno retorno de la vida, cielo descendido hasta esta charca estancada, cargada con los viejos paramecios y cachivaches de nuestra vida. Hasta aquí han viajado las plantas y las flores agitando sus hojas, haciendo sonar sus pétalos enjoyados de silencio: Una rosa encarnada, cuando ya nuestra vida agotó el amor. Una bella rosa rosa, cuando se fue la inocencia de nuestros mayos floridos. Una rosa blanca para ponerla ahora sobre un mármol negro cargado de viento, de lluvia y de noviembres.
José Marcelino García
(Publicado en el diario El Comercio)