miércoles, 1 de septiembre de 2010

LOS MANTEROS, Por JOSÉ MARCELINO GARCÍA


LOS MANTEROS
Atentos a los mengues, están en pie o sentados en los bordillos, cerca de las zabarceras y de los puestos de floritos. Tienen una elegancia de príncipes negros o de ángeles gigantescos, con el blanco de los dientes y de los ojos muy blanco. Grandes manos distribuidoras de cosas de selva y de ciudad, y una especie de humildad orgullosa que les impide pedir. Poseen una paciencia infinita, enigmática y altiva. Y una paz en la mirada, grave y sonriente, con un fondo de tristeza y soledad.
Se les ve por el Rastro formando islas de negritud como penumbras humanas, y bajo los árboles, tal como si sufrieran de una dulce nostalgia de tribu. Sanos y fuertes, con el oreo del viento africano en sus cuerpos, jamás se les ve fumar. ¿Dónde viven? ¿En un sótano? ¿En un bajo de las afueras? ¿Cerca de un río o una escombrera? ¿Acaso en las cuatro esquinas de la noche? Solitarios en esta playa urbana, negrean por las calles mojadas de las que se ha ido su sol ancestral. Insistentemente respetuosos, se les oye pasar sin ruido, vendiendo las cosas que llevan en sus cofres de viento y mar, en sus pequeñas sabanas/mantas. Mueven, sí, el día y la sangre alcoholizada de nuestras noches, sin disparos ni alaridos. Son como un reguero de pólvora benéfica y negra que ilumina la gran mentira de este tercer milenio que ha entrado sin haber gestionado la solidaridad entre los pueblos. O como una estampida humana, inerme, que denuncia la gran farsa de los tiranos del dinero con su capitalismo armamentista que sólo sirve para pagar paces sangrientas e irreales en las que mueren millones de niños de hambre y de miseria. 'Manteros' a las puertas de todas las calles, recorren en zigzag estos nortes de niebla llenos de papeleras, fuentes viejas, cajones de medicamentos, religiones encalladas cubiertas de un polvo triste. Distanciados de los suyos, llevan sus relojes parados de cansancio y lejanía. Van perdiendo sus coronas de jóvenes reyes de la vida libre. Como también las hemos perdido nosotros.

(Publicado en el diario EL COMERCIO)

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