lunes, 30 de agosto de 2010

LAS VACACIONES YA SON HISTORIA


Hace cuatro días esperaba con impaciencia la llegada de las vacaciones, y en un abrir y cerrar de ojos se han terminado. Ya no habrá más días de playa hasta el año que viene, eso si todo va bien. Un amigo me hablaba hoy del futuro, como tiempo presumiblemente mejor, yo traté de convencerle de que el futuro es hoy. Después me arrepentí de habérselo dicho, porque sin darme cuenta estaba cerrando la puerta de su esperanza. Pero es que soy incapaz de hacer proyectos de futuro, de largo plazo. Lo aprendí de la propia vida. Tal vez de muchos deseos no cumplidos. Nada ni nadie me puede arrebatar lo que yo vivo hoy, lo que me pase mañana ya no será tan certero. Yo recomiendo siempre no dejar para otro día una palabra hermosa a un ser querido, una conversación entrañable con un amigo/a... Son demasiadas las cosas que por quedar pospuestas para otro momento se quedan en el camino. Renunciamos a lo que podemos realizar hoy pensando ilusamente en hacerlo mañana. Pero no siempre hay mañana. Y no digo yo que porque nos vayamos a a morir, no, no es eso, sencillamente porque mañana podemos pensar de manera distinta, podemos tener otros deseos. Y fundamentalmente porque lo perdido en el tiempo ya no se recupera. Es, como mucho, historia, como mis finalizadas vacaciones.Pero no voy a lamentarme, estoy contenta. Porque con el trabajo se incorporarán de nuevo algunas personas a mi vida, que también las echo de menos.

viernes, 27 de agosto de 2010


No está trucado, era la temperatura a las dos de la tarde en Altea. Y ahora, que son las diez de la noche, ha bajado a 30 grados. Comprenderéis la situación. Así las cosas echo de menos mi Cantábrico, esa brisita que te obliga a poner una chaquetita aunque estemos en agosto, el paraguas siempre a mano porque cualquier día es bueno para que caigan cuatro gotas, ninguna falta el aire acondicionado, porque ya nos lo sirve directamente la naturaleza. Pero nada, yo erre que erre, que hay que salir de veraneo. ¡Coño con el veraneo! Perdón, una vez más he perdido la compostura. Pero, de verdad, no es para menos. En realidad tendría que ser castigada –y creo que lo estoy siendo- . No me quejo de las mañanas, no les pongo ningún inconveniente. El paseo por la orilla del mar y el par de baños justifican el sacrificio. Pero… ¡ay, Dios mío, lo que viene después! Abandonar la playa es todo un poema, porque una vez que se deja la orilla del mar, la arena quema hasta tal punto que tienes que calzarte. Resultado: llegas a la ducha enarenada como una croqueta rebozada lista para freír. Y como la manía de no ir a la playa que tienes delante de casa, que nos sería más que cruzar la calle, te empeñas en coger el coche e ir a la de Benidorm (causa justificada, porque son 4 kilómetros ininterrumpidos de paseo por la orilla, y la que tienes delante de tus narices es algo más corta y se acaba enseguida). Pues bien, segundo inconveniente: no siempre resulta fácil aparcar cerca y…hay que buscar aparcamiento. Aparece, donde aparece, no se puede pedir mucho. Por lo que el trayecto para recuperar el “horno”, que es en lo que se ha convertido el coche en el par de horas que has estado en la playa, se parece a un peregrinaje de alma en pena: sudas por todos los poros, el asfalto reblandecido emite un vaho insoportable y… Ya es bastante, no. Entrar en el “horno”, sin que te dé un desmayo es toda una proeza. Hay que esperar a que el aire acondicionado enfríe un poco el receptáculo. Pero no, las plazas de aparcamiento escasean y el que viene detrás necesita que la dejes pronto, porque precisamente pronto se formará tremenda caravana. Total, te metes en el coche a tropecientos grados, de arena hasta las cejas, colorada como un pimiento morrón porque el sol no entiende mucho de cremas de protección en pieles de tan mala raza como la tuya Eso sí: estás de vacaciones. Llegar a casa es una bendición del cielo, el aire acondicionado -que ya veremos el recibo de la luz de las vacaciones- te la mantiene a una agradabilísima temperatura. Por lo que decides atrincherarte con ventanas cerradas a cal y canto y hasta que deje de dar el sol –más o menos a las cinco de la tarde- cortinas cerradas. De salir a la hermosa terraza sobre el mar: nada de nada. Otro horno. Afortunadamente en las estanterías sigue habiendo libros, muchos libros. Los de Fernando- que descansa en campo santo, ya no lee (obvio) y tenía una buena biblioteca, ahora mía-, los de mi madre que siempre fue una gran lectora y ha cambiado de nuevo el Sur por el Norte, los míos… Vamos que siempre hay qué leer. Y, sin que nadie se entere, he pasado por la única librería que hay en Altea y compré unos cuentos de Chejov que no había leído. En el mismo libro se dice que escribió más de mil, creo que me quedan unos cuantos por leer –aunque no los haya editado todos, cosa que ignoro. Está claro que para leer al gran cuentista no hubiese sido necesario venir de vacaciones a Altea. Porque la ola de calor me está matando. Menos mal que el domingo regreso. Lo pasaré entero de aeropuerto en aeropuerto -el viejo utilitario se queda aquí-, por aquello de que los vuelos baratos que tan mal gestiona nuestro Principado de Asturias me tendrán rodando por el aeropuerto de Barcelona varias horas. Pero eso también forma parte de las vacaciones. Ya llegará septiembre para poder descansar. No creo que me vaya a afectar el síndrome post vacacional. Este año seguro que no

jueves, 26 de agosto de 2010

CÚMPLASE EL DESEO DE MI AMIGA VIRGINIA

Para ser feliz hay que saber disfrutar de las cosas hermosas que nos ofrece la vida. Mi amiga Virginia lo entiende bien y lo explica aún mejor.


DOCE POR DOCENA
VIRGINIA ÁLVAREZ-BUYLLA (Publicado en el diario El Comercio)
Estos días me he acordado de una antiquísima película que se llamaba así y que trataba de una familia con muchos hijos. A mí me gustó muchísimo. Quizás ahora me parecería rancia, pero entonces me conmovió. En estos tiempos que corren pensé que una situación así no se repetiría, pues el descenso de la natalidad ha sido brutal, sobre todo aquí, en Asturias, aunque últimamente creo que las cosas están mejorando. No veo más que niños por todas partes y mujeres embarazadas. Por lo menos, en mi familia, las bodas y los bautizos se están poniendo de moda y yo estoy encantada. Es el triunfo de la vida, el de la esperanza contra la desesperación.
Intento no ver las noticias, me meto en mi burbuja de madre y abuela, me encierro en cualquier parte y disfruto de esas vidas que crecen a mi alrededor. Hoy, hay en mi casa cuatro nietos, dos sobrinos y unos cuantos de sus amigos, el mayor de 8 años. Realmente, no hay nada tan hermoso como verlos jugar y compartir, a veces a regañadientes, pero van aprendiendo y disfrutando.
Verdaderamente, soy una mujer afortunada. De vez en cuando, me meto en líos, intento arreglar entuertos que me sobrepasan, pero hoy no quiero pensar en nada, sólo escuchar las risas de mis niños, abrazarles, decirles que les quiero muchas veces, repetirles que para mí son lo más preciado que existe, con la esperanza que lo recuerden cuando yo no esté.
Que hay crisis... espero que se supere pronto. Que hay paro... creo que van a surgir trabajos de debajo de las piedras. Que hay terrorismo, cantidad de políticos corruptos y mentirosos..., sí, pero también los hay honrados. Nada, que hoy nada es capaz de deprimirme. Mis niños me sonríen, me abrazan, me quieren. Con eso me basta. Os deseo lo mismo a todos.

martes, 24 de agosto de 2010

LA SEGUNDA JUVENTUD


Es Benidorm un lugar de vacaciones muy del gusto de nuestros abuelos –si así los puedo llamar sin incluirme- pues por edad yo también podía serlo. Pero como no me ha tocado aún pues me permito hablar del tema desde una cierta distancia. Existe, no obstante, una notable diferencia entre ellos y una servidora, ya que aterricé por primera vez en esta ciudad cuando era aún un pueblo pequeño. Es decir, siendo joven. El lugar me gustó, y después, por esas vueltas que da la vida –o que obliga el trabajo- he vivido en ella algún tiempo. La he visto crecer en todas direcciones: a lo ancho y a lo alto. Hoy parece una mala réplica de Nueva York. Hasta tal punto, que el edificio más alto de Europa se encuentra aquí, en Benidorm; y creo ya están construyendo uno mayor todavía. Estéticas aparte, que poco deben de importar a esos abuelos/as que mencionaba al principio, es un lugar donde nuestras personas mayores han sabido por primera vez lo que eran unas vacaciones. No mencionaré a los madrileños, ciudadanos que por considerarse ellos mismos de primera clase, colonizan cuanto visitan. Se puede decir que la playa les pertenece. Pero hay otras personas que han llegado aquí de los pueblos de Castilla, de Badajoz, de nuestra tierra asturiana, de… prácticamente toda la geografía española. Hace años –cuando vivía aquí-, solían ser matrimonios que aprovechando la temporada baja y empujados por sus hijos venían una semana a Benidorm con esos ahorros que siempre guardaban por un por si acaso hace falta. Se les conocía muy bien por su vestimenta de pueblo y por el miedo a sentarse en una cafetería, en acercarse a una diversión; que generalmente veían pegando la nariz al cristal del lugar de la actuación. Travestís como “La Soraya”, María Jesús con sus “pajaritos” y algunos cantantes de segunda fila de cuyos nombres ya ni me acuerdo, trataban de darle un aire festivo a ese incipiente turismo de personas mayores. Y no tardaron en familiarizarse con el mundillo de diversión. Las señoras dejaron de limitarse a mojar los pies en la playa, cambiaron sus ropas –casi siempre negras- por otras de alegres colores, sustituyeron fajas por bañadores, muchas veces no muy acordes con su edad; pero ellas se sentían bien, querían ser modernas. Y en pocos años lo consiguieron. Ahora señoras de edad indefinida, pero entraditas en años, lucen su palmito por las playas de Benidorm sin ningún tipo de complejo, y luego, al llegar la noche, se visten de gala para ir a bailar, para tomar una copa en una terraza, para hablar los de Vitigudinos con los de Sama, o los de Orense con los de Badajoz. Se citan para el año siguiente y, claro, algunos no vuelven. Por eso al llegar lo primero es hacer el recuento de quienes faltan, lamentarse y dar paso pronto a la diversión, porque en el fondo por la cabeza de todos bulle aquello de ¿serán mis últimas vacaciones?Pero aquí lo olvidan todo, se sienten de nuevo jóvenes, aunque tengan que usar el bastón y tomarse unas cuantas pastillas todos las noches. Yo creo que ellos más que nadie se lo merecen, se merecen esas vacaciones que la situación de la España de posguerra les arrebató. Ellos, gente en su mayor parte sencilla, fueron los que trabajando de sol a sol, en la tierra, en las fábricas, donde fuera, sacaron arriba a sus hijos, a su familia. Son merecedores de esta segunda juventud que se les brinda en Benidorm como en ninguna parte del mundo. Y a quien esto escribe no le gusta Benidorm, le parece una ciudad horrorosamente diseñada, tremendamente hortera, por momentos chabacana. Pero si nuestros abuelos son felices, si la vida les puede compensar de esta manera tantos años de sacrificio y ahorro, la considero la mejor ciudad de vacaciones. Así que Benidorm, ni tocarlo. Y que empiece el baile. Añado, que muchas viudas y viudos encuentran aqueí una nueva pareja, pero eso loocntaré en otro momento. Que nadie olvide que por ser viejo uno no debe de perder la ilusión, no hay que morirse antes de tiempo. Si me lees, eres joven y tus abuelos no han pasado por Benidorm procurales unas vacaciones, aunque se resistan, repetirán. Los harás muy felices.

lunes, 23 de agosto de 2010

LA PLAYA ES UN BUEN MUESTRARIO


La playa es un muestrario: un muestrario de cuerpos. En ningún otro sitio encontraremos tanta variedad por metro cuadrado. Y si, además, muestreamos en agosto, no creo que se nos escape ningún modelo. No hay lugar como ese para ver nuestra evolución. O lo que es lo mismo: a cada edad le corresponde un cuerpo. Podemos estar estupendas/os, pero el bikini o el traje de baño, que tanto más da, delatan nuestra edad. Los largos paseos por este Mediterráneo que tanto atrae a los amantes del sol y del baño, me han servido para constatar lo que digo. Tengo un buen amigo que dice que siempre estoy sacándole punta a las cosas. Y afirmo que sí: que soy muy observadora, que casi nada me pasa desapercibido, ni me es indiferente. Lo analizo todo, con más o menos acierto, pero lo poco que sé me nace casi siempre de lo mucho observado. La playa está llena de niños: de meses, de un año, de dos…y de más. Delgaditos, gorditos, espigados o chaparritos. Detrás sus padres: idénticos a sus hijos, o viceversa: padres gorditos, niños ídem. Supongo que será una cuestión de genética, no quiero pensar que progenitores y vástagos les den en igual medida a las chucherías. Pero todo pudiera ser. No obstante, niño gordo, niño flaco, alto o bajo tiene siempre una piel tersa, lozana… Luego están las/los jóvenes. También pueden andar sobrados en carnes, sobre todo los chicos. Pero los más, en su punto: cuerpos diez. Y a partir de ahí empiezan los problemas. Barrigas cerveceras, cuerpos de mujer más o menos deformados por embarazos, algunos tal vez por dejadez. El abanico es tan grande que sería imposible –y menos con mi escasez de recursos lingüísticos- describirlos. El abdomen es el primero en acusar edad y hábitos. Tripitas dilatadas que sobresalen de unos bikinis hermosísimos o de unos trajes de baño masculinos que hay que colocar por debajo de la protuberancia mencionada. Y a medida que vamos subiendo en edad, a la barriguita se le añaden las varices de las piernas, las arrugas de los brazos, las de la cara…Afortunadamente las del alma cuando uno va a la playa se quedan en casa, porque casi todo el mundo está de buen humor. Como en casa queda también la vergüenza –que no deberíamos de tener si aceptamos nuestro cuerpo- porque curiosamente en invierno, cuando lo tapamos casi todo, nos afanamos por disimular la barriga, tapamos nuestras piernas y procuramos que no se note –o que se note lo menos posible- que ya tenemos una edad, no estamos dispuestos/as a admitir que no se puede estar igual de estupenda/o a los 40 que a los 50; y de ahí para arriba ya ni comento, no me vaya a tocar de refilón.
Ahora os preguntaréis que para qué escribo esto, que carece de interés. Lo reconozco, lo admito, pero me habéis seguido hasta el final. Ahora yo me pregunto, ¿qué esperabais? La vida cotidiana es así de simple, así de sencilla, no suele tener cosas extraordinarias y mucho menos yo sabría contarlas. Por eso, de vez en cuando echo mano de lo que otros escriben con más enjundia que yo lo hago y lo traigo a Las mil caras de mi ciudad.
Supongo que las gordas de Botero, no os molestarán.Tenía preparada una foto de una servidora en plan payero, pero...doy lástima. Así que mejor estas lozanas señoritas que el gran maestro tan bien ha pintado. ¡Ya!, que mejor mi foto...A ver, que yo me entere, ¿quién ha dicho eso? ¿O no lo ha dicho y lo ha pensado? Debe de ser el calor, el calor sofocante que hace estos días me hace desvariar. Porque en el fondo yo soy una chica formal. ¿O, no?

EL MEDITERRÁNEO ME DA LOS BUENOS DÍAS CADA MAÑANA



Desde mi ventana el Mediterráneo me da los buenos días todas las mañanas. La foto no es buena, porque la fotógrafa tampoco lo es,pero sirve para hacerse una idea y compartir la imagen. No obstante, no hay que afiarse de la apariencia que tiene: hasta parece invierno; pero hace un calor que...ni os cuento. Hasta tal extremo, que esa vista tan maravillosa que tengo no dura más allá de las diez de la mañana, momento en el que hay que cerrar las cortinas a cal y canto para poder sobrellevar el sofocante calor. Menos mal que siempre está el aire acondicionado...

sábado, 21 de agosto de 2010

POR FIN ME HE DECIDIO



Pues sí que me ha costado esta vez decidirme a abandonar mi querido Gijón. Pero falta poco para incorporarme al trabajo y necesitaba un cambio de aire. Así que aquí estoy, en El Albir (Alicante). Hace calorcillo un poco sofocante, pero el agua del mar está calentito, calentito, justo como a mí me gusta. Procede pues, sol y playa, chiringuito, y mercadillos de todo tipo de baratijas. Alegría, luz, color, niños por doquier,fiestas obligadas. Durará poco -tampoco es diversión que yo pudiera sobrellevar durante mucho tiempo- porque a la vuelta de la esquina está septiembre, con todo lo que eso significa para quienes tenemos que trabajar. Vamos para las que no tenemos un maridito que nos mantenga. ¡Ni falta que nos hace!¿No pensáis lo mismo amigas single?

miércoles, 18 de agosto de 2010


PERIÓDICOS Y REVISTAS
Por José Marcelino García

Por junto a este río esquelético de riberas quemadas y muiles de estroncio, caminamos los domingos del verano hacia el Rastro. Todo el dinamismo y el ocio de la ciudad llenan estas avenidas playeras y pasa bajo los álamos de este parque señorial a donde todo confluye. Cruzando la glorieta de entrada al puente, llegamos al traspatio del Rastro gijonés, confuso de gitanos, popular y sanantoniano, vendido e invendido cada domingo, pero siempre como un cuerno de abundancia lleno de brochazos de cosas.
Y aquí, en este pajar al raso, están los restos de la vieja prensa. Prensa ya invernal (quiero decir, de otro época), amortajada sobre sí, con olor a humedad o sofrita de sol: adunada por el tiempo. Aquí está 'La Codorniz', que trajo una escritura nueva y genial a través, sobre todo, de Miguel Mihura y de Rafael Azcona, que dibujaba 'el repelente niño Vicente'. Está aquel 'Abc' sepia con los artículos de Areilza, en la tercera, y de Ruano, disipado liberal y monárquico de Alfonso XIII; y las crónicas toreras de Díaz Cañabete. Por aquí se pueden encontrar algunos ejemplares de la 'Estafeta Literaria', que llevaba Pérez Embid con sus efebos rosariales del Opus Dei. Y 'El Norte de Castilla', que Umbral, de tranvía en tranvía, distribuía por los kioskos del aquel Madrid de los sesenta. Y 'El Blanco y Negro', gacetilla de un mundo cursi, monárquico, alfonsino y restaurador. Por aquí y por allí encontramos 'Hojas de Lunes', 'Voluntades' y 'Regiones', ese periodismo de obispos viejos en una España transverberada por la poderosa ferralla de las cinco flechas de un yugo castigador. Y 'El debate', que era la hoja parroquial de quien no sabía leer ni escribir. Y 'Cruz y Raya' de Bergamín, desafiando a Ortega y a su acorazada 'Revista de Occidente'. Está 'La Gaceta Literaria', de Jiménez Caballero, revista quincenal de los años veinte. Y el 'Ya', impreso en la trastienda de la Nunciatura o así. Y 'Pueblo', el periódico de Emilio Romero, siempre con rotativas trepidantes, enseñando alguna ninfa en bikini para ponerle a él, sobre todo, cachondo. Periódicos y revistas llenos de fantasmas grises de una España que murióse. (Artículo publicado en el diario El Comercio)

martes, 17 de agosto de 2010

ARTÍCULO DE VÍCTOR GUILLOT

Por Víctor Guillot siento un especial cariño. Me atrevería a decir que existe una gran empatía. Curiosamente yo, que podía ser su madre,comparto la mayor parte de sus opiniones, y en esta ocasión también sus sentimientos. Sus escritos hacen que me sienta joven, me devuelven a aquella década de los setenta en la que también frecuentaba las pensiones de Madrid con mis libros debajo del brazo, camino de la facultad, con el ánimo de poder escribir algún día algo decente. No he llegado muy lejos, pero Víctor sí lo logrará. De hecho, es ya -y antes que yo lo ha dicho un maestro de periodistas: Pérez Las Clotas- una de las mejores plumas del panorama periodístico de Asturias. También sé que le costará salir a flote, porque este mundillo es muy ingrato y complejo. Pero como es bueno -muy bueno- y joven llegará lejos.

PARA DECIRTE TE QUIERO, ESCRIBO
Artículo de Víctor Guillot (publicado en La Nueva España)

Gran Vía sigue siendo el costurón eléctrico de Madrid, una herida abierta por la que se escapa toda la movida, toda la música, todos los pecados y toda la noche sagrada de Madrid. Voy diciendo esto mientras trato de dibujar un perfil lúdico, político y sentimental de la ciudad. Pero Madrid también admite una razón doméstica, la de un joven columnista de provincias y su novia en un hostal, amándose en la noche cálida de Madrid. Cómo me gusta escribir Madrid.

Te escribo al correr de la máquina de este ordenador portátil, sofisticado y frío, que me permite escribir en los antros modernos de Chueca, mientras duermes la siesta, latente, desnuda y ajena, protegida del calor sofocante que amenaza cada esquina, a la espera de una llamada que nos invite a bebernos la ciudad. Yo acudo a un café, a la espera de un artículo, una columna, una palabra, pero sólo se me ocurre escribir sobre ti, que eres mi única actualidad desde hace quince días.

Madrid sigue siendo también Francisco Umbral, que había descuartizado un siglo a base de memoria y columnas, que había iniciado su largo viaje de derechas triste y desencantado, pues para ese viaje ya no tenía armas suficientes. Umbral, últimamente, se había convertido en un profeta de la duda; había desembocado en el mismo escepticismo de Quevedo, Cervantes, Ramón y tantos otros, como un preludio de su muerte. Yo estaba muy lejos de esa duda que mataba las palabras, pero lo admiraba más que a otros, sencillamente, porque me había enseñado a escribir. Ahora, Francisco Umbral es un recuerdo casi impronunciable, un fantasma, una leyenda que se nos aparece en este viaje de profundis, con su bufanda blanca y su abrigo eterno.

Dedico la tarde a comprar libros, a pensar en el artículo que luego escupo como llamarada de dragón y pienso que me gustaría escribir en este espejo que todas las mañanas hacemos el amor o que todas las noches bebemos hasta que una luz matutina, espesa y criminal, nos recrimina que ha empezado otra jornada en Madrid.

De regreso al hostal, te encuentro tendida sobre la cama como una escultura de Rodin que yace desnuda esperando la caricia de un espectador. Me salvo del sueño abrazándome a tu espalda o me desperezo como un gato que demora los segundos enredándose en tu pelo. Me quemaré en tu pelo, esa llama negra que acude a todos los incendios. Y después, otra vez en la calle, me pasaré las horas buscando el significado último de este viaje que nos llevó a Lisboa, primero, que nos dejó en Madrid, después, y que nos devolverá injustamente a la cruda realidad de los trabajos y los días. Un segundo de oscuridad, cuánto hemos disfrutado de ese instante que, más allá de la distancia, la velocidad o el destino, logró hacer de este viaje algo nuevo y misterioso que ahora se hace preciso descifrar: te quiero.

viernes, 13 de agosto de 2010

COSAS QUE NO ENTIENDO


Si escribiera todas las cosas que no entiendo no podría hacer otra cosa en los años de vida que me queden. Por no entender, no me entiendo ni a mí misma. Pero no es de mi desconcertante persona de lo que quiero escribir: carece de interés, y lo sé. Mi intención es la de comentar una normativa de nuestro ayuntamiento con finalidad –supongo- recaudatoria. Todos sabemos que las arcas municipales están vacías y que nuestros “responsables” políticos han de llenarlas como sea. Y claro, cómo hacerlo: fácil, muy sencillo, exprimiendo al contribuyente. Pero no a cualquier contribuyente, que los que más tienen cuentan con muchos asesores y es harto difícil y complicado sacarles un duro –que se diría hace algunos años-. No, mejor sacarle los cuartos –suponiendo que les quede alguno- a los de abajo. A ser posible a los que menos tienen y a los que más trabajo les cueste ganarlo. Y supongo –mi ignorancia de cómo se salen arriba ese tipo de gestiones es supina- que en una de esas disertaciones sesudas y profundas que –también supongo- mantienen nuestros ediles, el más hábil habrá tenido la ocurrencia brillante: que paguen más los del Rastro. Y una, que tiene mucha afición a ese mercadillo de poco pelo y mucha entraña, no ha logrado entender tal medida. Se pretende, que expidan factura de cuanto venden. Es decir: usted compra unas bragas de un euro, y el vendedor tendrá la obligación de darle una factura que justifique la compra, y así –siempre según nuestros concejales- usted, o yo, como compradores, podremos –si ello fuera preciso- hacer la reclamación correspondiente, en el caso de que la prenda en cuestión le saliese defectuosa. O sea: todo es para salvaguardar los derechos del comprador. No sé si la medida es para reír o para llorar. Lo que está claro es que nuestros gobernantes desconocen lo que es un rastro, y más concretamente el de Gijón. O, tal vez, quieran convertirlo en un Corte Inglés. Me consta que los vendedores ambulantes, que es lo que son las personas a las que afectan esas medidas, están asustados. Primero, porque desconocen –así lo han manifestado ya en la prensa- cómo se hacen ese tipo de facturas y de contabilidad. La mayoría, saca del bolsillo de unos raídos pantalones el dinero que ha de devolver al comprador; y si el billete pasa de diez euros, es frecuente que de un puesto a otro se grite: ¿Tienes cambio, fulano? Me consta también, que pagan su canon por ocupar el espacio en el que instalan sus tenderetes. Tenderetes que montan a primera hora de la mañana y desmontan a primera de la tarde. No es trabajo fácil, no es dinero ganado alegremente. Y me temo que es bastante escaso, porque la crisis también llegó al rastro. Y como digo al principio, no entiendo nada. Siempre fui consciente de que nuestros gobernantes terminarían, tarde o temprano, por asfixiarnos con impuestos, recortes salariales o cualquier otra medida recaudatoria. Aplicada, eso sí, a los ciudadanos de a pie. Pero nunca pensé que comenzarían por ahogar al más humilde, al casi último eslabón de la cadena. No hace mucho, he tenido que hacer una revisión ocular –en una prestigiosa clínica- y cuando fui a abonar la abultada minuta, me preguntaron: ¿Quiere factura? Ni que decir tiene lo que la preguntita significa. ¿O no hay que emitir siempre factura? Pues ahora sé, que cuando vaya a comprar al rastro unes alpargates pal prau, me van a hacer posiblemente la misma pregunta. O tal vez el humilde vendedor me la dé sin preguntar…

Y a continuación la noticia publicada. Que, como apreciará quien lea, se ha dado a conocer en el marco de la Feria Internacional de Muestras. Creo que la magnitud del dislate no podía merecer un marco de menos importancia. De las "falditas" uniformadas que se les quiere poner a los puestos, ya lo dejo a consideración del lector. Yo ya no doy para más.

LOS PUESTOS DEL RASTRO ESTARÁN OBLIGADOS A EMITIR FACTURA (Publicado en EL COMERCIO)

La nueva ordenanza municipal que regulará la venta ambulante sustituyendo a la de 1999 contempla la obligatoriedad de emitir factura. Ésta es una de las novedades anunciadas ayer en la Fidma por la concejala de Participación Ciudadana, Pilar Pintos. Además, los vendedores tendrán que contar con hojas de reclamación a disposición de los clientes.
La ordenanza contempla también la unificación de la estética de los toldos y faldones de los puestos. Se trata de una de las premisas que la concejalía viene barajando desde el pasado año, cuando Pintos anunció, también en la Fidma, que los participantes estarían obligados a lucir los toldos, faldas y mesas de color blanco. «Podrán ser del color que quieran, pero iguales», afirmó ayer.
Se incluye también la posibilidad de cambiar la titularidad del puesto al cónyuge o pareja de hecho, ya que hasta ahora sólo se podía a hermanos o hijos. El tiempo de renovación de esta titularidad se amplía de 1 a 5 años y se establece la figura de suplente de ésta.
Atendiendo a las sugerencias de los propios vendedores, Pintos explicó que se ampliará el horario de entrada y el de salida. El margen para montar los puestos será de 8 a 9 horas, y por la tarde podrán abrir hasta las 16 horas. La ordenanza está en fase de borrador y tiene que esperar a que el Principado apruebe la suya.

miércoles, 11 de agosto de 2010

HISTORIAS DE MI ASCENSOR


A mi vecino se le ha muerto su mascota. Era un perro callejero, feucho, viejo… No tenía ninguna característica que le agraciara, por eso no les caía bien a la mayoría de los vecinos. Pero era su mascota: era el perro del del segundo, así se le conocía en el edificio. Yo sabía algo más: que se llamaba Sultán y que su dueño, Miguel, lo había recibido en herencia de su madre, además del susodicho segundo piso. Varias veces me comento que al fallecer su progenitora dudó mucho en llevarlo a la perrera, pero que fue dejándolo de un día para otro y cuando se dio cuenta el perro –como todos los cuatro patas, muy listo- se lo había metido en el bolsillo. Y así conocí yo a Miguel: por su perro. Coincidíamos en el horario en el que se suelen sacar los canes a pasear – al atardecer-, casi siempre en el ascensor. Algunos días, mientras nuestras mascotas se medían sus fuerzas a golpe de gruñidos amenazadores, charlábamos un ratito a pie de portal. Curiosamente en el ascensor nuestros perros ni se miraban, pero al llegar al portal la cosa ya cambiaba: ninguno de los dos estaba dispuesto a consentir que sus amos entamasen conversación alguna. Tal como si supiesen que el único tema entre Miguel y yo eran sus gracias o sus travesuras. Y hace algunos días he coincidido, después de cierto tiempo sin encontrarnos, de nuevo en el ascensor. Pero Miguel iba solo y cabizbajo. No me dio tiempo a preguntar, él se adelanto a contarme lo de su mascota. Me relató su enfermedad, lo que le había dicho el veterinario y todos los pormenores de su, para él, tremenda tragedia. Apostilló la información con un, Y ahora qué voy a hacer yo. Y desde ese día nos cruzamos ya varias veces en el ascensor, pero no tenemos de qué hablar. Es decir, como con cualquier vecino: del tiempo o de no importa qué vaguedad. Cuando vivía Sultán era otra cosa. Para empezar, Miguel siempre estaba de buen humor, tenía alguna anécdota que contar, vivía. Ahora es un hombre triste, que sale del portal indeciso, mirando a ambos lados, como si no supiese muy bien qué dirección tomar. Algunas veces lo veo sentado en el parque con la mirada perdida. Yo creo que la próxima vez que me cruce con él voy a animarlo para que se haga con otro perro. Y pensar la cantidad de veces que se quejaba por tener que abandonar el sillón para que el chucho diera una vuelta a la manzana... De lo que no se daba cuenta es que era al revés: Sultán sacaba a Miguel a pasear todas las tardes.

domingo, 8 de agosto de 2010

¡HAY QUE JODERSE!


Sí, has leído bien el título. No lo he puesto por casualidad. Sencillamente fue la expresión que me vino a la mente cuando supe lo que voy a contar. Supongo que como lo he escrito yo -que no soy nadie en este arte de escribir- puede pareceros irreverente. Puede que hasta lo sea. En todo caso, depende siempre de la pluma que lo exprese. Yo no soy Lucía Exebarría, ni mucho menos Cela o Pérez Reverte. Dicho por ellos contaría con todas las bendiciones del bien escribir. Pero es algo que también decía mi abuelo, personaje algo menos culto, pero que en eso de las expresiones gráficas era un auténtico artista. Pues queda: ¡hay que joderse! Si irreverente es la expresión, mucho más lo es lo que he constatado esta mañana. Lo explico:
Por razones de trabajo he tenido pasar por la Feria de Muestras y, como nací prácticamente con ella, conozco a muchas de las personas que han puesto, de una u otra forma, su granito de arena. No explicaré la defenestración que sufrieron al llegar la nueva directiva Tere Cortina, Carmen, Miguel, Macarena…Eso ya lo he dicho en su momento. Hoy me referiré a la más humilde de las empleadas de la Feria. Se llama Antonia y la conozco hace más de treinta años. Entonces me parecía una señora mayor, es fácil imaginar cómo será ahora. Antonia se ocupaba de atender lo servicios –por aquél entonces concentrados en un solo lugar- y se sentía muy orgullosa de la limpieza con la que los mantenía. Ella se encargaba –no había año que no me lo contase- de comprar cuantos artilugios eran necesarios para su impecable limpieza, que pagaba de su bolsillo. La ayudaba su marido. Ambos permanecían en torno a una mesa camilla situada a la entrada, con una cajita en el medio en la que cada uno depositaba la voluntad. Y recuerdo que decía: Los empleados que no dejen nada (todo un detalle). Pero el caso es que ni Antonia ni su marido cobraban nada de la Feria, eran trabajadores autónomos a los que se les encargaba tener los mingitorios en su punto siempre. El sueldo eran las, por llamarlas de alguna manera, propinas que los agradecidos usuarios les dejaban. Y año tras año Antonia y su marido, que sólo recuerdo lo llamábamos por el apellido, Remis, realizaban la misma función. Supongo que ganaban unas pesetillas que les vendrían muy bien para una economía posiblemente humilde, tanto como el trabajo que desarrollaban. Una vez realizadas las gestiones que se me habían encomendado en el recinto ferial, tuve necesidad de ir a ver a Antonia. Me recibió, como siempre, con gran alegría. Pero no era la misma, se apoyaba en un bastón con dificultad, creo que ahora sí ha envejecido. Pero allí seguía, desempeñando su trabajo, voceando que no dejasen los grifos abiertos, que fuesen cuidadosos, que…Parecía una madre recriminando a sus polluelos. Siempre me pregunté cómo podía realizar un trabajo tan ingrato con tanta profesionalidad, con tanto mimo y cariño, como si de un palacio se tratase. Me contó lo de su pierna enferma, lo que le afectaba el frío, etcétera, etcétera. Vamos, lo de todos los años. Y permanecí un rato sin hacer una pregunta que era obligada: ¿Antonia, dónde está su marido? Tuve miedo de que hubiera fallecido. Pero no, Remis está bien. Simplemente los nuevos gerentes de la Feria consideran que Remis no podía estar allí haciéndole compañía –y ayudándome un poco me apostilló ella, que bien que me valía para poder salir a comer- le dijeron que la trabajadora era ella (trabajadora autónoma y sin sueldo, añado yo: por las propinas) y que los dos no podían permanecer a pie de los urinarios. Así que Antonia está sola. Dice que lo que quieren es echarla, pero que lleva 30 años y necesita ese dinero. Ya gané dos juicios, en los dos últimos años, pero el juez dijo que o me daben 6.000 euros o tenían que teneme aquí. Y aquí estoy aguantando. Y ya vés, guapina, vénguense quitando y de venir a ayudame al mi hombre. ¿A alguien le extraña ahora el, ¡hay que joderse!? Se puede entender que a un para de viejos que hace treinta años se ocupan de la parte más humilde e ingrata: limpiar la mierda de todos; se les impida seguir trabajando. Me pregunto que ley pretenderán aplicarles, que seguro que la hay, eso no lo dudo. Pero, en todo caso, si de aplicarla se trata, legalícenlos, que se lo merecen por años de servicios prestados. ¡Qué país, Dios, qué país! ¡Qué fácil resulta meterse con los más humildes! A limpiar retretes pondría yo a unos cuantos.
Supongo que escribir esto será una pérdida de tiempo, porque puede parecer algo sin importancia. Pero son las cosas cotidianas que nos rodean, son la vida en su estado puro. No es un tema bonito, pero casi nada de lo que nos rodea lo es.
Por supuesto, la de la foto no es Antonia. Por edad, podría ser su nieta.

viernes, 6 de agosto de 2010

GANAR LA VIDA EN LA CALLE


Muchas son las personas -y cada vez más- que se ganan la vida en la calle, como reza en el título. Por decirlo de alguna manera; porque en realidad lo correcto sería: sobreviven en la calle, o de la calle. Alrededor de mi casa, en un radio de doscientos metros hay: casi a la puerta está Antonio; no hace nada, simplemente estira la mano. Cien metros más allá, Manuel permanece frente a una caja de cartón y un letrero que dice algo así como, Tengo 80 años, necesito limosna o comida. Él si hace algo mientras espera la caridad pública: bastones, que vende después… si hay suerte. Apenas cincuenta metros más, y una chiquita permanece encaramada sobre una banqueta vestida de princesa –o de hada, ¡vaya usted a saber! Está estática, con la mirada perdida; únicamente esboza una sonrisa triste cuando suena una moneda en el suelo. En la otra esquina un músico callejero se esfuerza en interpretar una melodía que no sabría identificar; pasa horas tocando la misma pieza. Compadezco a los vecinos. En la calle Corrida los manteros –alertas por si llega la policía- venden de todo: relojes, bolsos, gafas, por supuesto de marca, pero a precio de baratija. Y películas, cientos de películas. Son chicos altos, educados, bien vestidos, negros como el ébano, dispuestos a que te lleves aquello que casi sin darte cuenta has mirado. A pocos pasos, una chica interpreta en un mal español siempre la misma canción y siempre desafinando de igual manera. Algunas veces, tiene al que supongo debe de ser su hijo –un chavalillo de no más de diez años- arrimado a la pared esperando pacientemente por su madre. En el Muro una especie de esperpéntica marioneta trata de atraer la atención de los niños. Su aspecto más que amable es de terror, así muchos pequeños pasan alejándose de quien quiere congraciarse con ellos. Detrás del complicado artilugio surge de cuando en cuando un hombre chorreando sudor: a tomar un trago de agua. Sentado en el bordillo de la acera otro hombre transforma latas de bebida en ceniceros de múltiples colores. La verdad es que cada vez son menos los que se limitan a pedir, a estirar simplemente la mano. La mayoría trata de realizar alguna actividad que atraiga la atención del paseante por ver si suelta alguna moneda. Es como si no quisieran mostrarnos su auténtica pobreza, sino sus –muchas veces mínimas- habilidades. Están, a su manera, ganándose la vida. Y nosotros pasamos casi siempre frente a ellos sin el más mínimo interés por lo que hacen, que puede que no tenga valor, pero sí quiere decir que son personas, y que desean ofrecernos algo –probablemente lo poco que saben- para ganarse la subsistencia ahí: en la calle. Sólo Dios sabe qué habrá detrás de cada una de esas vidas, de esas personas que intentan entretenernos, que quieren a cambio de unas monedillas que esbocemos una sonrisa, que hagamos un alto en el camino, que nos percatemos de su humilde presencia. Pero casi siempre pasamos de largo: tenemos prisa, mucha prisa. Y las miserias de los demás no sólo nos traen sin cuidado, si no que la mayor parte de las veces nos molestan. Muchas veces pienso que todos deberíamos de ser pobres –auténticamente pobres- alguna vez en la vida, para darnos cuenta del significado que tiene tener que vivir de la calle, depender de esas monedillas que ni tan siquiera ponemos en sus manos. Como mucho, las dejamos caer en una mugrienta caja de cartón, mientras aceleramos el paso si mirarles a la cara, no vaya a ser contagioso.

miércoles, 4 de agosto de 2010

ARTÍCULO DE JOSÉ MARCELINO GARCÍA


Nunca le he pedido permiso a José Marcelino para publicar en mi blog sus artículos del periódico. Hoy he dudado si hacerlo de nuevo, sé que como hombre prudente que es nunca me dirá nada. Su prudencia contrasta con mi atrevimiento -que no diré imprudencia, aunque lo sea-, pero sé que sus escritos os gustan, así que va. El autor siempre puede protestar por ello con un comentario. Los retiraré inmediatamente. Mientras tanto, gracias José Marcelino.

EL CALZADO

JOSÉ MARCELINO GARCÍA

Domingo. Hace sol y los perros tempraneros sacan a sus dueños a pasear por las inmediaciones del parque de la Católica Reina.
El Rastro, a esta hora, arma sus puestos, tiende sus mantas, vuelca sus fardos de género desamparado, de su chatarra lírica, canalla y trucada. Hay ruidos metálicos de angulares descargados en geométrico desconcierto, y voces de gitanos gordos, cuajados de negro, y gitanillas con ojos de Virgen de pueblo. Hay vahos de churrería y del chiringuito de Dioni, que empieza a vender café y bocadillos de panceta con cebolla pochada. Cambalachean ya algunos puestos por este jardín desvariante, elegante, planetario y municipal. Las fetichistas del calzado, los mileuristas, el lento mercancías de parados y pensionistas rebuscan, miran, prueban y vuelven a probar todo este calzado trasladado, descasado y suelto de las terceras y cuartas rebajas. Es una especie de minué donde ellas buscan zapatos baratos para enseñar las uñas de los pies pintadas de morado; donde muchos buscan zapatos levitantes, o sandalias de tirilla, o algún zapato de vestir; donde, sobretodo, las 'chorbitas' buscan calzado gótico, como el de las hijas del Presidente. Todo un trajín de zapatos, sandalias, botas de la mili, Katiuscas, Chirucas, chinelas y zapatillonas de fieltro para viejos encamados en transito hacia el retrete a fumar; de calzado para los meses que vienen llenos de lluvia, de frío y vida vieja. Todo barato, barato, barato.
Mañanas de simulación y fingimiento de domingos por el Rastro, donde a algunos, que fueron raza altiva, se les ve de lejos, como embozados, reponiendo el ajuar, probando ropa tras los tenderetes, con el aíre en el rostro, sobre una yerba aún moja por el rocío.
Y aquí y por aquí andamos todos: ricos y pobres, tontos y listos, en este reino creado y recreado cada domingo, en esta frondosa manigua del mirar lírico, ladino, zorro y engañador. En este teatro de cosas ahumadas en el que uno se siente feliz en busca del tiempo perdido.

domingo, 1 de agosto de 2010

ARTÍCULO DE RAMÓN AVELLO

Una vez más traigo a mi blog un artículo publicado en el diario local, recoge datos y consideraciones que me parecen interesantes. Creo que el fenómeno del que habla no es nuevo. Sí lo es, es el hecho de que ahora la mujer tenga las mismas oportunidades de formación académica que el hombre. En mi juventud -y si me remonto un poco más en el tiempo, aún peor- a las mujeres se las preparaba para casarse y, a ser posible, con un buen marido. Una mujer que se preciara debía de ser buena cocinera, buena administradora, recatada y humilde, la tata de sus hijos y lo más importante: buena esposa. Esa era una tarea que se asignaba a las madres, que debían de preparar a sus hijas para el matrimonio. Con los hijos era otra cosa. Los chicos a estudiar y las chicas a bordar. Mira que lindo, hasta hace un pareado. Pero, por contra, aquellas mujeres que tenían la suerte de tener unos padres adelantados a su tiempo -por decirlo de alguna manera y no ofender a nadie- mandaban a sus hijas a la universidad y, qué casualidad, obtenían excelentes notas. No sin tener que salvar muchos obstáculos. Aún recuerdo algunas amigas de mi madre censurándola por darnos a mi hermana y a mí demasiada libertad. La libertad de ir primero al instituto y luego a la universidad. La libertad de pasar la tarde leyendo en lugar de aprendiendo a bordar. Y eso pasó hace cuatro días. Mis compañeras, aquellas que estudiaron conmigo, sacaban notas excelentes y muchas ocuparon -ocupan- puestos relevantes. En un porcentaje muy pequeño, ciertamente, porque las trabas que ponía la sociedad a la mujer independiente eran muchas. Hoy las cosas han cambiado mucho, aunque aún quedan demasiadas madres que no lo han entendido y siguen intentando que sus hijas reproduzcan sus modelos. Habrá que tener paciencia.


GALERÍA DEL NAUFRAGO
RAMÓN AVELLO

Podrá haber excepciones, pero la regla general, confirmada por los datos es que en la enseñanza, las niñas estudian mejor que los niños; las adolescentes mejor que los adolescentes y las jóvenes mejor que los jóvenes. En definitiva, las mujeres obtienen mejores calificaciones académicas en la escuela, colegios e institutos; acceden, mayoritariamente, a carreras universitarias que requieren, para entrar, las notas de selectividad más altas y esa primacía femenina continúa en lo que se denominan estudios de postgrado o doctorado. Si, por ejemplo, se cuentan las recientes concesiones de becas del MEC para la formación del profesorado universitario, otorgadas a los mejores expedientes académicos y a los más cualificados proyectos de investigación de doctorado, la suma es abrumadoramente femenina.
Frecuentemente, las explicaciones más simples son las más acertadas. La razón de esta firme feminización en la cumbre de las mejores notas académicas, no parece que proceda de una madurez más precoz de las chicas respecto a los chicos, o que estas sean más inteligentes -que yo no digo que no lo sean - o posean una mayor aptitud para la expresión verbal, sino por una realidad muy sencilla. Las mujeres obtienen mejores notas porque estudian más. Así lo demuestra el informe realizado por la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense, bajo la dirección de María José Díaz- Aguado sobre el comportamiento académico de la adolescencia y la juventud. En este estudio, han participado trescientos treinta y cinco centros escolares, dos mil setecientos veintisiete profesores y algo más de once mil estudiantes de los últimos cursos de ESO, Bachillerato y Formación Profesional.
Los resultados son clarificadores: Frente al 46,6 % de varones que antes de los quince años han repetido curso, el porcentaje de alumnas de esa edad es el 36%. El 49,6 % de las chicas estudia durante el curso más de dos horas, frente al 24,4 % de los chicos. En cuanto al tiempo destinado a otras lecturas, al margen de los libros escolares, el 26,3% de mujeres dedica más de dos horas a leer, frente al 14,5% de los muchachos. En lo poco que salen bien librados los zangolotinos respecto a las muchachas en flor, es en la práctica del deporte, al que dedican los hombres más horas que las mujeres.
Y todo esto ¿qué enseña? Las mujeres obtienen mejores notas porque estudian más. Pero si nos preguntamos el 'porqué' de ese estudio, las respuestas se difuminan entre varias hipótesis, algunas de tipo psicológico -la madurez prematura o las diferencias de aptitudes- y otras de tipo sociológico, bastante evidentes, por la que los logros escolares son como un anticipo de la futura independencia y emancipación de las mujeres. Según esta hipótesis, la preocupación por el futuro es más precoz en las mujeres que en los hombres.
Sin embargo, la pregunta fundamental sería si las mujeres, tal como reflejan los expedientes académicos, ocuparán el lugar de las élites sanitarias, bancarias, culturales y artísticas de la futura sociedad. ¿O tal vez se las seguirá pagando menos que al hombre más mediocre, postergándolas en sus valores profesionales? Personalmente creo que tras estos expedientes femeninos ya no está en juego la emancipación y la independencia, sino el poder, que pasará, al margen de paridades, en poco más de diez años, a manos de las mujeres. Ya están estudiando para ello.