miércoles, 8 de julio de 2009

VICENTE FERRER, POR JOSÉ MARCELINO GARCÍA

Quiero decir lo que pienso y no atino, tal es mi indignación. Me he pasado un buen rato atónita ante el televisor viendo las imágenes del funeral del rey del pop. O sea, de Michael Jackson. Decididamente estoy convencida de pertenecer a otra galaxia. Hasta tal punto me ha impactado el “espectáculo” que no encuentro palabras para definirlo. Ni en sus mejore tiempos, este rey, obtuvo un éxito tan rotundo.

Estoy convencida de que la providencia de Dios es infinita. El texto que antecede lo he escrito ayer, y hoy al leer El Comercio me he encontrado con el artículo que sigue de José Marcelino García, es exactamente la respuesta a mi desazón de ayer.


VICENTE FERRER


D ESPUÉS de una vida plena y cumplida, hay muertes que llegan con un zurrón cargado de todo un mundo planetario, de un ecosistema, de un tiempo redondo y estelar. Hombres y mujeres que fueron multipropiedad de la humanidad.
Vicente Ferrer fue uno de esos hombres. Un ser humano que abdicó de todo aquello que muchos de nosotros (la mayoría) apretamos contra sí mismo. Todo eso que generalmente es oropel, vaciedad, envidia, mediocridad y ambición; es decir: basura
Ferrer adivinó pronto dónde estaba la razón verdadera de una vida entregada nupcialmente al destino de los olvidados, y también dónde estaban los caminos que conducen a ninguna parte. Entonces se quitó todos los vendajes que le fajaban el alma y el cuerpo y se fue a la India a luchar contra la cochambre. A la India donde están el hambre y los piojos. Fue desnudo de todos esos delirios de ética capitalista. Libre de una eclesialidad confortable, inquisidora y majadera muchas veces. Se fue con su cristiana y cristalina palidez. Con su estética de quijote magro y desmedido por los caminos de la injusticia y la pobreza. Ferrer, hombre extremo, recosido de pureza y alma de zahorí en busca del agua honda para hacer de los desiertos tierras de cereal que den vida y esperanza. Vicente, padre de corazón y de sangre de miles y miles de parias. Piedra sobre la que el Nazareno edifica su Iglesia de los pobres, de los enfermos y desheredados.
Y todos los ojos de la India, y todos los ojos del mundo, y todos los ojos de los ángeles y de las estrellas contemplando su muerte de grano limpio, maduro y agostado, enterrado bajo el limo de la India.
Limo húmedo y abonado con su cuerpo entregado por ellos para una nueva floración.
Todos los ojos, menos los de la Central neogótica del rabinato episcopal español, cada vez más perdido, cada vez más agonizante.
JOSÉ MARCELINO GARCÍA

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