sábado, 25 de julio de 2009

ARTICULO DE HERMINIO HUERTA PUBLICADO EN LA NUEVA ESPAÑA QUE MERECE UNA ATENTA REFLEXIÓN

HERMINIO HUERTA Me voy a referir a la «Caritas in veritate», tercera encíclica, publicada recientemente, del papa Benedicto XVI. He tenido la paciencia de leer este largo texto que se refiere, básicamente, a la necesidad de una justa distribución de la riqueza mundial como principal desafío de la Humanidad en este siglo. No cabe duda que se trata de un documento loable, necesario y útil para dar continuidad al pensamiento de la Iglesia sobre el desarrollo económico y la justicia social y, por tanto, no seré yo (profano en teología) quien entre en profundidad en su contenido, que, por cierto, casi abarca todos los aspectos del pensamiento humano en materia de comportamiento social, de caridad y bien común. Yo creo que esta encíclica, como tantas cosas de la Iglesia, llega tarde, ya que hubiera sido más oportuna hace año y medio, cuando comenzó la crisis mundial. Sin embargo, ya que menciona la necesidad de un mejor reparto de los bienes, hay que decir que la Iglesia ha sido siempre un mal gestor financiero. Solamente habría que recordar la turbulenta quiebra hace veinte años de su institución financiera de referencia: el Banco Ambrosiano y, sin ir mas lejos, la precaria situación actual de Cajasur (presidida y gestionada por ellos), que con un índice de morosidad insoportable tiene que recurrir, como mal menor, a ser absorbida por Unicaja. En este documento se demuestra la sensibilidad de la Iglesia por la precariedad de los 3.600 millones de personas en el mundo que viven por debajo del umbral de la pobreza con menos de 2 dólares al día. En las declaraciones programáticas de la «Caritas in veritate» se habla de discriminación de los más pobres, de los inmigrantes, de las personas del Tercer Mundo..., pero no se lleva a cabo un ejercicio de propósito de cambio, pues la propia Iglesia es discriminadora al no permitir ejercer el sacerdocio a las mujeres, ni el matrimonio de sus servidores. Como dice mi amigo el teólogo, es una gerontocracia de varones. Esta encíclica, como decía al principio, hace una continua referencia a la pobreza y al derecho a un justo acceso a los medios para preservar la salud y prevenir la enfermedad?, pero sigue prohibiendo el uso del condón, propiciando el contagio del sida que ocasiona cientos de miles de muertes anualmente en el mundo. Insisto en que mi opinión sobre este documento, salvando algunos matices, es positiva y me parece muy necesario y adecuado; pero la Iglesia, como institución, puede hacer mucho más. Sería suficiente con copiar, extender y potenciar la labor de Vicente Ferrer (que, por cierto, tuvo que salirse de los hábitos) y otros santos en la lucha contra la pobreza y la injusticia social, destinando parte de su valioso patrimonio (me refiero al de la Iglesia) a remediar la miseria de sus hijos más desvalidos. Tiene poca credibilidad pontificar sin dar ejemplo, por lo que la encíclica queda un poco huérfana. Sería muy oportuno empezar a dar otra imagen por parte de los príncipes de la sagrada institución erradicando esos carísimos atuendos talares hechos a la medida, llenos de puntillas, tiaras y báculos, rematados con zapatos de Prada de tres mil euros. ¿Qué tiene que ver, queridos lectores, toda esa ostentación y boato con Jesús de Nazaret?

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